domingo, 27 de diciembre de 2020

Últimas Noches del Edificio San Francisco


 Riestra, Blanca. 2020. Últimas Noches del Edificio San Francisco. Algaida. 

La fascinación por el Norte de África viene dada por la inquietud que crea enfrentarse a una realidad diferente, un mundo desconocido y quizás peligroso que está tan sólo a unos kilómetros de distancia. Allí se desarrolló la esclavitud desde tiempo inmemoriales y posteriormente el colonialismo occidental de los siglos XIX y XX, una de las páginas más vergonzantes de la Historia y de donde provienen muchos de los males y problemas que nos aquejan hoy en día. Europa se apropió de lo que no era suyo con la excusa de civilizar a los salvajes y dejó sembrada la semilla del más feroz racismo, desigualdad, crueldad y muerte. De ellos somos testigos por la obra de periodistas como Kapuscinski o Vicente Romero, o novelas como El Sueño del Celta, de Vargas Llosa.  

Por otro lado, África siempre fue paraíso soñado de lugares ignotos y quizás edenes perdidos. La ilusión de encontrar las fuentes del Nilo es una de esas aventuras en las que el hombre occidental se empeñó, como bien narra el libro El Sueño de África de Reverte, o la búsqueda de las Minas del Rey Salomón. Hay una intuición que tiene el hombre occidental de que en África se hallan sus orígenes, y quizás por ello el internarse en el continente es el viaje hacia el corazón de nuestro manantial primigenio. 

"La leyenda cuenta que Hércules desgarró África de Europa con sus dos manos creando el estrecho de Gibraltar. Aquí se quedó a vivir después de derrotar a Aenteus, el marido de Tingis. Dicen que, a partir de las columnas de Hércules se abre el mar incógnito y después, quizás, los abismos y el vacío... Los antiguos situaban en esta zona del norte de África el jardín de las Hespérides. Decían que por eso Hércules nunca quiso irse. Es y será siempre un lugar paradisiaco" (p. 112). 

Esa búsqueda del paraíso, que ha llevado a tantos lugares, también ha terminado a veces en Canarias, donde se decía que había sido localizada San Borondón, la isla mítica. 

"-- Dicen que ayer fue fotografiada por primera vez la isla de San Borodón en el archipiélago de las Canarias... Se trata de una isla fantasma -- le explicó Paul--. Los antiguos la creían a la deriva, y la situaban en un espacio tan amplio como es el que va desde el sureste de Irlanda al suroeste de las Canarias... San Borondón aparece de vez en cuando pero todos los que intentan viajar a ella fracasan en su empeño... La llaman la Non Trobata, la Encubierta, La Perdida.... En ella estaba la puerta del paraíso, dicen. Muchos se perdieron tratando de encontrarla" (p. 305) 

Desgraciadamente, ese viaje a la utopía suele terminar mal, y el europeo o americano "civilizado" suele encontrar más bien el abismo que el paraíso, al toparse contra un muro que para él es el horror, el estupor o la estupefacción, como evidencian novelas como El Corazón de las Tinieblas, El Cielo Protector, El Extranjero o Mimoun.  

España fue país colonizador durante la época del Protectorado de Marruecos, entre los años 1912 y 1958. En la ciudad de Tánger se unió durante un tiempo Oriente y Occidente, el Norte y el Sur, el cristianismo y el islamismo, creándose una comunidad internacional en la que se experimentó con la posibilidad de convivencia entre los "nesnaris" (los cristianos extranjeros) y los "muslims". Esa amalgama de civilizaciones, etnias y concepciones del mundo atrajo a numerosos escritores, por su cercanía con Europa, y allí se alojaron durante un tiempo Paul y Jane Bowles, William Borroughs, Truman Capote, Tennesse Williams, Alan Gringsberg y otros miembros de la generación Beat, así como españoles como Carmen Laforet o Emilio Sanz. 

La novela de Blanca Riestra narra el período final de la colonia y la dificultad de acercamiento entre dos mundos tan diferentes. Los escritores occidentales vivían en una burbuja en la que se divertían bañados por el exotismo, el orientalismo y el egocentrismo provocado por la creencia íntima de pertenecer a una civilización superior que intentaba comprender a los aborígenes sin llegar a tocarlos demasiado. El choque de culturas provocaba una sensación similar a la borrachera o la toma de estupefacientes, impregnada de aventura, colorido, peligro y alucinación. Dice el español Emilio Sanz, uno de los protagonistas:

"Hablé de cómo las murallas de la casba son un monumento al mar, de cómo Samuel Pepys y su higuera e Ian Fleming, el espía, tuvieron razón al decir que Tánger no pertenece a Marruecos, sino a los reinos de la imaginación y que todos los que nos aferrábamos allí a aquella inexistencia evidente lo hacíamos porque queríamos ser ricos, ser hermosos, y sobre todo convertirnos en personajes de novela. Y estábamos convencidos de que era posible. Y esa, amigos, era una vida más eterna que la comunión de los santos y Pentecostés juntos" (p. 208). 

Mohamed, al que le niegan la posibilidad de relacionarse con Sophie por ser marroquí y pobre, en cambio, ve a Tánger de otra manera: 

"Desde hace un tiempo, Tánger sólo consigue ser una ciudad de vino triste, de kif triste, de pobres campesinos tristes, de ladrones desamparados, de putas borrachas con el corazón roto" (p. 287).  

El amor imposible de Sophie y Mohamed es el exponente del coche entre esos dos mundos: 

"Su vida (la de Sophie) llena de glamur ciudadano parecía cada vez más distante de la sórdida existencia de provincias que él (Mohamed) llevaba. No eran celos lo que sentía, ni siquiera amor, era una rabia sorda, la haine de la segregación social. Notaba el corazón hecho añicos por esa distancia insalvable que nadie podía acortar nunca. El pobre nace pobre; el rico, aunque lo pierda todo, sigue siendo excepcional a los ojos de los otros" (p. 289). 

Cherifa, la marroquí cuidadora y amante de Jane Bowles, representa todo ese mundo mágico, seductor y magnético pero a la vez inaccesible e incomprensible para los occidentales. A veces la vemos como superviviente y guerrera, a veces como bruja y asesina. 

"Es capaz de pelear, de ser más fuerte que el otro, es capaz de no permitir que la abandonen, es capaz de golpear ella primero. Eso es digno de admiración viniendo de un pueblo acostumbrado a ser esclavo" (p. 283). 

Cherifa le dice a Emilio Sanz, el narrador, ya al final de la novela: 

"Los nesranis creéis que sois vosotros los únicos que tenéis vida, que solo importa  vuestra vida, pero también tienen vida los hijos del pueblo y también es trágico si ellos la pierden. También su vida es la única vida que tienen. Ellos cuentan solo con una oportunidad como vosotros. Es igual de trágica la muerte de un muslim que la muerte de un nesrani... Creéis que nosotros somos los comparsas de vuestras existencias y no se os ocurre que quizás seáis vosotros las comparsas de las nuestras" (p.332). 

¿Es una ilusión vana creer que esas dos realidades puedan entenderse y aceptarse? 

Reseña (ABC) 


No hay comentarios:

Publicar un comentario