sábado, 29 de febrero de 2020

La Oreja Rota


Hergé. 1965. La Oreja Rota. Editorial Juventud

El Tratado de la Idiotez de Clément Rosset tiene un último capítulo dedicado a esta aventura de Tintín, que utiliza para hacer un análisis de lo real y sus dobles. Un fetiche histórico de enorme valor, por ser pieza única, es robado de un museo. Allí aparece al poco tiempo, pero resulta ser una falsificación, por lo que la búsqueda del fetiche original sigue abierta. Se suceden entonces toda una serie de aventuras en torno a la búsqueda del fetiche auténtico, que se rompe justo cuando es descubierto y su tesoro se pierde en el océano. Lo que queda al final es un sinfín de duplicados del mismo y un original roto.

Rosset aprovecha la historia como metáfora de lo infructuosa que resulta la búsqueda de algo que consideremos original o modelo prístino en el sentido que Platón le da a lo real, y que no es más que un espejismo. El afán por encontrar el original, el tesoro primigenio, es solo una ilusión que se desvanece, pues cuando creemos poseerla, desaparece de la misma forma que si quisiéramos contener el agua entre las manos. Se hace invisible en el momento de llegar a él, de la misma forma que es imposible llegar al final del arco iris.

Esta es la razón por la que nos atraen las historias basadas en la búsqueda del tesoro, en la que un grupo de personas se obstina, lucha, incluso mata por conseguir lo que finalmente no es más que una quimera. Lo que se encuentra al final es solo polvo que se lleva el viento, como en El Tesoro de Sierra Madre, o una copia falsa, como en El Halcón Maltés (ambas de John Huston), o papeles en el viento, como en Atraco Perfecto, de Kubrick. En el meollo de estas historias se encuentra una verdad imperecedera: la imposibilidad de alcanzar el sueño, pues éste tan solo un delirio que, tarde o temprano, se desvanece. Solo es posible alcanzar la copia, es decir, la realidad, que es un fetiche roto y lleno de remiendos.


La Oreja Rota (TINTIN.COM)


lunes, 24 de febrero de 2020

Le Réel. Traité de l'idiotie

                                                      

Rosset, Clément. 2016. Le Réel. Traité de l'idiotie. Les Editions de Minuit.

(Publicada originalmente en 1977 y traducida al español como Lo Real. Tratado de la Idiotez, por Editorial Pre-Textos en 2004).

Comenzamos el viaje acompañando al Cónsul de Bajo el Volcán (novela de Malcom Lowry, versión actual del viaje del Dante según su autor) en su deambular por una realidad que no es más que una selva de caminos: "une réalité qui n'est plus qu'un infini entrecroisement de routes, un impénétrable forêt de chemins" (p.13). El azar le va llevando necesariamente a un lugar, fortuito, pero necesariamente ese lugar y no otro. "Nous appellerons "insignifiance du reel" cette propriété inhérente à tuoute realité d'être toujours indistinctement fortuite et déterminée, d'être toujours à la fois anyhow et somehow: d'une certaine façon, de toute façon" (p.14). Esta confusión de caminos es propia de la realidad, y ya aparece en Antígona de Sófocles: "Ayant tous les chemins, sans chemins il marche vers rien" (p.15). El hombre tiene a su disposición todos los caminos, pero ninguno le conduce a ninguna parte. Esta confusión de caminos es diferente a la del laberinto, pues en el laberinto hay al fin y al cabo un sentido, un camino que es el verdadero. La confusión de la que hablamos se parece más bien a la del olvido, que se produce no cuando los recuerdos desaparecen, sino cuando todos aparecen a la vez sin diferenciar los falsos de los verdaderos (como le pasa a los borrachos, y al Cónsul en concreto): "une vision indistincte de toutes choses, doublée d'une incapacité à en saisir aucune... Cette paralyse lucide est, on le sait, celles des personnages de Samuel Beckett" (p.22).

En algunas ocasiones esta falta de sentido de lo real, se disfraza de un aparente orden, como ocurre con los eclipses, que pueden ser perfectamente predichos, pero que cuya ocurrencia no deja de ser puro azar, como ocurre con los número primos o la secuencia del número pi: secuencias por un lado necesariamente obligatorias, pero puro azar sin sentido. Descubrimos reglas o secuencias, y creemos estar encontrando un sentido encubierto o un mensaje oculto, como ha ocurrido con el descubrimiento de la secuencia del ADN: "Et pourtant la tentation est parfois forte de prendre le code génétique pour un livre e d'y chercher un sens, un sorte de clef qui livrerait le "secret" de l'être humain" (p.32). Es difícil renunciar a la ilusión de que hay un secreto que descubrir, pero lo cierto es justamente lo contrario: "Non qu'à la limite l'homme n'ait rien à cacher; il a au contraire tojours au moins un secret qu'il protège toujours jalousement: précisément le failt qu'il n'a aucun secret, qu'il n'a rien à cacher" (p.33). "Le secret des choses, c'est qu'il n'y a pas de secret. Le message de fond n'est qu'un bruit, et nul ne me fait signe, et il n'y a pas de signal" (p. 34)

Continuamos nuestro viaje siguiendo al perro que persigue obstinadamente a M.Hulot (en Les Vacances de M.Hulot de Jacques Tati) guiado por un impulso todopoderoso y desconocido, pero absurdo y sin sentido, como la asfixia a la que conduce el juego de ajedrez cuando nos vemos obligados a hecer movimientos que no queremos pero que son forzosos y necesarios. "Cette coïncidence du nécessaire et du fortuit , qui fait rire dans Les vacances de M. Hulot ou qui dépite aux échecs, est le fait de toute réalité" (p.39). Si no nos reimos de la realidad, es porque normalmente le añadimos un sentido imaginario, un valor añadido. Este comportamiento, llevado al extremo, es el del delirio paranoico, que quiere ver en todo un valor escondido. La filosofía parece tener una tendencia a buscar estos significados ocultos, como hacen Platón, o Hegel, "le grand philosophe de la signification imaginaire" (p.42) (con la excepción del materialismo de Lucrecio o Epicuro, por ejemplo). Pero no hay ningún misterio que desvelar tras la realidad, salvo el misterio de la realidad en sí: "Il n'y a pas de mystère dans les choses, mas il ya un mystère des choses. Inutile de les creuser pour leur arracher un secret qui n'existe pas; c'est à leur surface, à la lisière de leur existence, qu'elles son incompréhensibles: non d'être telles, mais tout simplement d'être" (p.47).

Todo este viaje nos lleva a caracterizar lo real como "idiota" en tanto que simple, particular, único, sin sentido alguno. Hay varias vías acceso a la idiotez de lo real: la percepción ebria, el desasosiego amoroso, el arte, la filosofía. Pero lo habitual es intentar llegar a lo real a través del doble, ya que muchos casos el contacto directo con la realidad es indeseable: "Las perception coutumière a besoin des ces doubles, besoin de se reposer sur l'image de ces reflets, chaque fois que le contact direct avec la chose se révèle indésirable" (p. 55). He aquí las funciones del Doble: práctica, metafísica y fantasmática. Buscamos el doble, ya que no nos conformamos con la naturaleza idiota y sin sentido de la realidad. La búsqueda de sentido se produce a través de vías diversas, como la del ilusionista y la del incurable. El ilusionista nos hace creer que el sentido está en otro lugar, diferido, desplazado. El incurable es el que se aferra a una idea y se encuentra incapaz de renunciar a ella a pesar de la evidencia (ejemplos son el dogmatismo y la devoción). Son, al fin y al cabo, mecanismos de defensa frente a la realidad.

La muerte nos pone cara a cara con la realidad tal cual es. Hay una vía para sobrevivir a ello, y es la gracia en su sentido mágico o teológico, que aporta una esperanza sobrenatural. Pero hay otra vía que no necesita ninguna intervención exterior o milagrosa, que es la alegría, es decir, el amor a lo real: "l'amour du réel, c'est-à-dire ni l'amour de la vie, ni l'amour d'une personne, ni l'amour de soi, ni à supposer qui'il existe l'amour de Dieu" (p.94). La alegría nos permite acceder a lo real tal cual es, sin adornos ni sentido alguno. Es por ello, la forma más pura de acceder a la realidad.

"Dans l'allégresse, le réel se présente tel qu'en lui-même, idiot, sans couleur de signification, sans effet de lointain. Présence du réel, qu'aucun regard sinon allègre n'est capable d'approcher de si près. En sorte que l'allégresse n'est pas seulement un mode de réconciliation avec la mort et l'insignifiance; elle est aussi un moyen de connaissance, une voie sûre d'accès au réel" (p.97)

El libro tiene dos capítulos al final, uno dedicado a la "escritura grandilocuente" , o la manera de huir de la realidad a través del lenguaje (se menciona para ello el monólogo de Addie en As I Lay Dying de Faulkner, donde la protagonista reflexiona sobre la impotencia de las palabras para captar la realidad: "C'est alors que j'ai appris que le mots ne servent à rien, que les mots ne correspondent jamais à ce qu'ils s'efforcent d'exprimer" p.141) y otro a la representación de la realidad (que puede ser anticipada o simultánea, conduciendo en este último caso al pánico: es lo que ocurre en el momento de la muerte, citándose para ello la escena cumbre de La Muerte en Venecia, p.171).

Hay dos apéndices al final de libro que se incluyen como post-scriptum a Lo Real y su Doble, el primero dedicado a la tontería y el segundo al fetiche robado o al original imposible de encontrar, un delicioso ensayo sobre el cómic La Oreja Rota de Hergé, que termina con este inolvidable párrafo:

"Bref: ne cherchez pas le réel ailleurs qu'ici et maintenant, car il est ici et maintenant, seulement ici et maintenant. Mais, si l'on ne veut pas du réel, il est préférable, en effet, de regarder ailleurs... n'importe où pourvu qu'on soit assuré de n'y jamais rien trouver. Car on n'y trouvera jamais rien d'autre que ce qu'on y cherchait réellement: c'est a dire, précisément, rien" (p.187).

Revoue (ARGOUL) 







viernes, 21 de febrero de 2020

El Negrero


Novás Calvo, Lino. 2011. El Negrero. Vida Novelada de Pedro Blanco Fernández de Trava. Fábula. Tusquets Editores

(Publicada originalmente en 1933)

La novela El Reino de Este Mundo de Alejo Carpentier tiene como telón de fondo la revolución de los esclavos en Haití, y en general, el terrible tema de la esclavitud, una de las mayores vergüenzas y horrores de la historia de la humanidad, que desgraciadamente sigue teniendo un reflejo y un paralelismo en las actuales condiciones de los refugiados, la inmigración forzada y la trata de seres humanos. La esclavitud es quizás, junto con el holocausto judío, la muestra más cruda de lo peor de la naturaleza humana, un asunto que cuesta trabajo digerir y asimilar ¿Cómo puede el hombre llegar a producir tanto sufrimiento y alcanzar cotas tan altas de crueldad? ¿Cómo puede el hombre, a su vez, sobrevivir a una realidad tan horrenda? Ya nos hemos planteado estas mismas preguntas leyendo el libro Si Esto es un Hombre, viendo el documental Shoah o películas como Capharnaum. Todos son ejemplos de intentos de atrapar la realidad en toda su crudeza.

Alejo Carpentier se refirió a El Negrero como "extraordinaria historia de aventuras verídicas".  Esta recomendación del escritor cubano es muy lógica por estar en consonancia con su obra, en la que se alterna la realidad más sórdida con la imaginación y la fantasía más mágicas; la fusión de la infame degradación y sometimiento de los negros africanos con sus costumbres ancestrales envueltas en mitos y leyendas. El Negrero es una biografía novelada, un género que se encuentra a medio camino entre la realidad y la ficción. Cuenta la historia de una persona real, Pedro Blanco Fernández de Trava, el mongo de Gallinas, y de otros negreros de su época, en toda su crudeza y espanto. Se trata de un estudio frío y detallado de la naturaleza humana, de cómo el ser humano puede descender hasta las más profundas simas de inhumanidad e infamia.

Comienza el libro por lo que parece una entretenida novela de piratas, narrada en clave de aventuras de lobos de mar y marineros, valientes y arrojados unos, enloquecidos otros. La vida aventurera en alta mar y en Terranova va poblándose de mitos y visiones alucinadas: "La vida en Terranova sólo tenía cuatro cosas bellas: los amaneceres, a veces con sus auroras boreales; las masas de hielos, arrastrados por la corriente del golfo; la sinfonía de los silbatos de niebla que formaban los pesqueros, y  las noches en torno a la hoguera, en el campamento... Un día vio bajar un témpano donde bailaban negras desnudas, que al llegar al gran banco, se transformaron en palomas blancas, que volaron al cielo. Otro era un barco de marfil que bajaba del norte con velas rojas, tripulado por mujeres azules, también desnudas, armadas con astas de renos" (p. 58)

Poco a poco las vicisitudes de la dureza de la vida en el mar y la compañía de los piratas van fraguando la personalidad de Pedro Blanco, convirtiéndolo en un alma fría desprovista de toda compasión, atroz en la persecución de sus objetivos, comerciante sin escrúpulos. La tercera parte del libro es la más interesante, por ser aquella en la que se narra la forma en la que Pedro Blanco construye su factoría, describiendo con minuciosos detalles (fruto de una profunda investigación, sin duda), las artimañas utilizadas para capturar negros como si fueran animales y ponerlos posteriormente a la venta, alimentando el odio y las rencillas entre las tribus para que sean ellas mismas las que hagan el trabajo sucio de recolecta y caza: "A África se la podía conquistar por medio de los sentidos, el miedo o la religión" (p. 213).

Al leer el libro recordamos otros grandes intentos de la literatura por acercarse al alma de los hombres blancos que se sumergieron en la realidad de África en la época de la esclavitud o el colonialismo, como Heart of Darkness de Conrad o El Sueño del Celta de Vargas Llosa. Al terminar de leer la novela solo es posible un comentario final como el de Conrad: "el horror, el horror". El horror de la realidad más incomprensible y degradada, el infierno en la Tierra. Ese infierno que Pedro ya vislumbró siendo niño, cuando iba a misa los domingos, y el cura intentaba explicarle cómo eran el cielo y el infierno: "Pedro le preguntaba entonces qué hacían aquellos santos en el cielo, y el cura le iba explicando toda la política celeste del limbo, el purgatorio y el infierno. Le pintaba el infierno con las tintas más horribles, pero el cura no tenía tintas con qué pintar el cielo que compensaran las del infierno. El cielo era inefable, el infierno no. Pedro veía claramente el infierno en su imaginación, pero nunca pudo ver el cielo. Aquello despertó en él un laberinto de sombras y claros que lo hacían estremecerse. Todas las noches, al acostarse, veía bajar, al cerrar los ojos, una catarata de tierras, casas, árboles y gentes; veía ojos sueltos, bocas abiertas, pies con alas, un apocalipsis" (p.19).

Ese infierno que él veía de niño en su imaginación se va haciendo realidad conforme va siendo testigo de los peores momentos de la trata: "Los lamentos salían por las escotillas como de un infierno. Eran gritos fatuos, como si pasaran por los huesos de un cementerio... Los marineros se movían automáticamente, y el barco parecía tripulado por fantasmas. Pedro iba rígido, con los nervios aferrados en sí, como el aparejo... Quedaban otros enfermos, uno grave, en el castillo de proa. El grave deliraba. A veces se levantaba e iba por cubierta con los brazos extendidos, los ojos cerrados, preguntando por la puerta del cielo. Otras había visto a los negros resucitar en el fondo el mar, acarrear blancos en los barcos hundidos de un país a otro del mundo y venderlos como esclavos" (p.191).

Un día, paseando por la enfermería de su factoría, a la Pedro gustaba frecuentar y mirar a los ojos de los enfermos sin decirles palabra, un moribundo le dijo: "Ayer vino a verme el diablo. Me ha contado todo lo que pasará en el mundo desde ahora y cómo se llevará al fin a todo el mundo. Usted y yo tenemos que ser amigos del diablo. El cura quiso arrancármelo una vez del cuerpo con el arpón de una cruz y no lo consiguió. Me agarraron diez hombres , y yo di un salto y lo comprendí. Fue el salto del diablo" (p. 259). El diablo fue al fin y al cabo con quien pactó Pedro Blanco para poder seguir vivo entre una realidad tan miserable y sórdida. Un vida que no tenía más remedio que acabar en locura, pues es imposible sobrevivir a una realidad así.



Reseña (REVISTA DE LIBROS)

Aproximaciones al tema de la esclavitud en Pedro Blanco El Negrero (PDF)

Carlos Bardem publica Mango Blanco, otra novela sobre el mongo de Gallinas




domingo, 16 de febrero de 2020

El Reino de Este Mundo


Carpentier, Alejo. 1986. El Reino de Este Mundo. Seix Barral
(publicada originalmente en 1949)

La mezcla de realidad y fantasía es clave en esta novela inolvidable, donde se difumina la invisible frontera entre la realidad más brutal y la irrealidad más mágica, o lo que el mismo Alejo Carpentier llama "lo real maravilloso", un término profundamente emparentado con el del "realismo mágico". El Reino de Este Mundo hunde sus raíces en una etapa histórica muy concreta, la revolución de los esclavos negros de Haití. El esclavo Ti Noel pasa por una serie de vicisitudes por diferentes etapas históricas donde ve derrumbarse el sistema colonial de castas basado en la esclavitud. En estos levantamientos está siempre presente la magia, el milagro y la invocación de poderes sobrenaturales.

El primer intento de revolución lo protagoniza el brujo mandinga Mackandal, que usando el vudú expande un veneno mortal por toda la comunidad blanca, de forma similar a las plagas bíblicas.

"El manco Mackandal, hecho un houngán del rito Radá, investido por poderes extraordinarios por varias caídas en posesión de dioses mayores, era el Señor del Veneno. Dotado de suprema autoridad por los Mandatarios de la otra orilla, había proclamado la cruzada del exterminio, elegido, como lo estaba, para acabar con los blancos y crear un gran imperio de negros libres en Santo Domingo" (p.29).

El manco Mackandal tenía el poder de metamorfosearse en animales, ("había sido mosca, ciempiés, falena, comején, tarántula, vaquita de San Antón y hasta cocuyo de grandes luces verdes" p.40), de manera que estaba omnipresente en toda una serie de sucesos mágicos relacionados con iguanas verdes, mariposas nocturnas, alcatraces y mezclas de humanos y jabalíes.

"Con alas un día, con agallas al otro, galopando o reptando, se había adueñado del curso de los ríos subterráneos, de las cavernas de la costa, de las copas de los árboles y reinaba ya sobre la tierra entera" (p. 33).

Sólo una causa sobrenatural y mágica podía alentar el levantamiento de un grupo de personas tan sometido y humillado como los negros esclavos, hasta que se produjo la señal del gran levantamiento. Mackandal, a pesar de ser aparentemente vencido y quemado en la hoguera, es salvado por su magia y su espíritu vuela, "sauvé", salvado, y cumple su promesa de no abandonar a los suyos, "permaneciendo en el reino de este mundo". Da la impresión de que los blancos le someten con el fuego, pero su poder revolucionario continúa entre los negros. "Una vez más más eran burlados los blancos por los Altos Poderes de la Otra Orilla" p. 41). (¿No nos recuerda esta historia a la de Cristo, aparentemente vencido y muerto, pero que "resucita y sigue habitando entre nosotros"?)

El siguiente personaje histórico al que conoce Ti Noel es a Bouckman el jamaicano, que de nuevo invoca poderes sobrenaturales y a deidades de la religión yoruba, como Ogún, para poner a los negros de nuevo en pie de guerra: "dejó caer la lluvia sobre los árboles durante algunos segundos, como para esperar un rayo que se abrió sobre el mar. Entonces cuando hubo pasado el retumbo, declaró que un pacto se había sellado entre los iniciados de acá y los grandes Loas de África, para que la guerra se iniciara bajo los signos propicios" (p. 54). Se lleva entonces a cabo otra revolución sangrienta que de nuevo es vencida, pero que deja a los blancos convencidos de que los negros poseen un arma poderosa, una extraña religión secreta: el "Vaudoux". El temor a futuras revueltas hace que algunos blancos, como el amo de Ti Noel, se vaya a Cuba. Allí somos testigos del nacimiento del sincretismo religioso, la unión del vudú con el catolicismo.

"El negro hallaba en las iglesias españolas un calor de vodú que nunca había hallado en los templos sansulpicianos del Cabo. Los oros del barroco, las cabelleras humanas de los Cristos, el misterio de los confesionarios cargados de molduras, el can de los dominicos, los dragones aplastados por santos pies, el cerdo de San Antón, el color quebrado de San Benito, las Vírgenes negras, los SanJorge con coturnos y juboncillos de actores de tragedia francesa, los instrumentos pastoriles tañidos en noches de pascuas, tenían una fuerza envolvente, un poder de seducción, por presencias, símbolos, atributos y signos, parecidos al que se desprendía de los altares de los houmforts consagrados a Damballah, el Dios Serpiente" (pp. 68-69).

Cuando tras varias peripecias Ti Noel vuelve a Haiti y se convierte en hombre libre se encuentra con un mundo que le asombra aún más que todo lo que había conocido hasta ese momento: Sans-Souci,  la residencia del rey negro Henri Christophe, antiguo cocinero que se ha entronado en la ciudad del Cabo. Allí vuelve Ti Noel a perder su libertad y ahora es esclavizado para construir entre otros miles de negros una fortaleza invulnerable.¿Invulnerable? No a los fantasmas. En este caso, es el espectro de un capuchino confesor del rey, emparedado por éste, el que se le aparece en el altar mayor acompañado de un rayo que cae sobre la torre de la iglesia. Este poder sobrenatural se une al mandumacán, el sonido de los tambores de los esclavos anunciando el fin de la monarquía canalla, que termina con el rey enterrado en su propia fortaleza, eternamente.

Cuando Ti Noel vuelve a la hacienda abandonada donde fue esclavo, se convierte a sí mismo emperador de una ínsula imaginaria entre las ruinas de toda una vida de revoluciones e ilusiones perdidas, dictando órdenes al viento desde una locura forjada a través de los años. Le llegan noticias de otra revolución, esta vez la de los Mulatos Republicanos, que impone una nueva tiranía de privilegios y lacayos. El anciano, cansado de tanta rebeldía inútil, desesperado, intenta huir de la realidad abrazando los poderes que aprendió gracias a Mackandal, haciéndose ave, garañón, avispa hormiga y ganso. Pero en un último instante de lucidez, comprende que el poder sobrenatural de Mackandal no debe servir para huir de la realidad, sino para hacerle frente. Y asistimos a uno de los momentos más bellos escritos en lengua castellana sobre el (sin)sentido de la vida humana:

"Y comprendía, ahora, que el hombre nunca sabe para quién padece y espera. Padece y trabaja para gentes que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y esperarán y trabajarán para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansía siempre una felicidad más allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas. En el Reino de los cielos no hay grandezas que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo" (p. 150).

El Reino de la Realidad.


De lo real maravilloso americano (Alejo Carpentier) 

Prólogo de Alejo Carpentier a su libro 

Entrevista a Alejo Carpentier (A FONDO) 

Lectura del capítulo VI por alejo Carpentier

Reseña (Clave de Libros) 

Reseña (Cicutadry)

Los tambores del rey Christophe repican el manducumán  (Diario de Navarra)

El Haití del rey Christophe (Listin Diario) 

Haití en el infierno de este mundo (Duelos y Quebrantos)


sábado, 8 de febrero de 2020

As I Lay Dying


Faulkner, William. 1984. As I Lay Dying. Penguin Modern Classics

(Publicada originalmente en 1930 y traducida al español como Mientras Agonizo).


La fascinación por las novelas con narradores múltiples se debe a que nos hacen conscientes de la imposibilidad de abarcar por completo la realidad. Es ésta tan infinita y nuestro punto de vista tan limitado y circunscrito a un espacio y un tiempo concretos, que siempre tendremos una visión parcial de la misma. Cuando el mismo suceso es narrado desde diferentes puntos de vista comprendemos lo iluso que es creer que existe una sola verdad o una sola forma de interpretar lo que sucede. Ya hemos disfrutado de este tipo de narrativa en novelas como Crematorio, que nos recuerdan la parábola india de los ciegos que tocan el cuerpo de un elefante para intentar comprender cómo es, pero al tocar cada uno un parte distinta, sus observaciones son totalmente diferentes, pues ninguno abarca la totalidad.

Esta novela de Faulkner es un prodigio narrativo por la proeza que supone contar una misma historia a través de cincuenta y nueve monólogos interiores que nos introducen en los puntos de vista de los miembros de una familia y sus allegados mientras llevan a cabo una extraña misión: portar el ataúd con el cadáver de la esposa/madre hacia el lugar donde ésta dispuso que quería ser enterrada. La situación da lugar a una serie de acontecimientos donde el humor negro y  la ironía se mezclan con la simpleza, la mezquindad, la obstinación, el honor, el odio, los celos y la sinrazón.

Vemos a cada personaje desde el punto de vista de los demás, siendo testigos de las contradicciones en sus versiones de los hechos y las limitaciones en su acercamiento a la realidad. Uno de los narradores es el marido, Anse, un viejo egoísta y ruin; otro, Cash, el hijo obsesionado con la construcción del ataúd; otro, Darl, el hijo que termina enloqueciendo, y al que pertenecen la mayoría de los capítulos; otro, Vardaman, el niño que habla con la madre muerta, a la que ve como un pez; y así una serie de personajes en los que está incluida la misma agonizante, Addie, cuya visión de la vida se resume en una frase: "I could just remember how my father used to say that the reason for living was to get ready to stay dead a long time" (p.134). La presencia de la muerte es constante, (lógicamente, en una novela con este título), no solo por el olor que desprende el cadáver sino por los buitres que permanentemente acompañan a la extraña comitiva. El baño de realidad al que nos vemos sometidos es cruel y despiadado, como el que se dan todos al intentar pasar un río que se ha desbordado por una vado. Darl es quien menos soporta tanta realidad, pues es quien más sabe y más consciente es de todo lo que ocurre, siendo ésta quizás la razón por la que termina enloqueciendo. Aunque, una vez que sabemos lo que pasa por la cabeza de cada uno, la pregunta clave es la que se hace Cash, el personaje quizás más cuerdo todos: ¿quién está aquí loco en realidad? ¿Hay alguien cuerdo?

"Sometimes I ain't so sho who's got ere a right to say when a man is crazy and when he ain't. Sometimes I think it ain't none of us pure crazy and ain't none of us pure sane until the balance of us talks him that-a-way. It's like it ain't so much what a fellow does, but it's the way the majority of folks is looking at him when he does it" (p.184)

("A veces no acabo de ver claro cómo puede haber nadie que se crea con derecho a dictaminar si una persona está loca o deja de estarlo. A veces pienso que ninguno de nosotros está completamente ido, y que ninguno está tampoco en sus cabales, hasta que la mayoría de la gente se decide a situarnos a este o al otro lado. Es como si importara menos lo que cada uno pueda hacer que la opinión que la mayoría se forma acerca de eso que hace").


Reseña (Revista de Libros)

Harold Bloom-William Faulkner: Mientras Agonizo (Biblioteca Ignoria) 

Texto en español


miércoles, 5 de febrero de 2020

Amanece, Que No Es Poco


Cuerda, José Luis. 1989. Amanece, Que No Es Poco.

Una de las más sanas maneras de afrontar la realidad es el humor absurdo, pues absurda es la realidad. La realidad, como bien ha demostrado Rosset, es idiota, sin sentido, y cuando es observada atentamente produce pasmo, perplejidad, comicidad. Esta película de Cuerda coloca a la realidad en su sitio, riéndose de ella. Solo podemos sobrellevar su absurdidad haciéndola aún más absurda si cabe.

Decía José Luis Cuerda, que acaba de morir, que "su estilo es un retorcimiento de la realidad que sigue siendo realidad. Lo que escribo suele estar lleno de ocurrencias que pueden parecer disparates, pero que nacen de lo que ocurre; son tan realidad como la realidad misma. La realidad mental es tan real como la física o la comprobable científicamente, sólo que con consecuencias distintas" (1).

En este clásico de nuestro cine veremos a hombres que hablan con calabazas de la misma forma que Hamlet lo hace con la calavera; otros que nacen de la tierra como si fuesen árboles; otros que tienen un doble abstemio y otro borracho; otros que buscan a alguien que les cambie el personaje que les ha tocado vivir en la vida. También veremos embarazos instantáneos que dan fruto a los diez minutos del coito; lluvia de arroz en vez de agua y cambios en la salida del sol, al que le apetece cambiar el este por el oeste.

Los personajes de la película aceptan todo esto con la mayor naturalidad y viven la comedia de la vida sin rechistar. Cuando el pregonero del pueblo anuncia a bombo y platillo que "se hace saber que Dios es uno y trino", todos aplauden sin más, y el cura lo explica con claridad: "en eso consiste la fe", que es la única explicación convincente ante el absurdo.

¿O es que acaso conoce alguien la diferencia exacta entre un hombre y un árbol, por qué los embarazos duran exactamente nueves meses o el sol sale por el este? Alegrémonos de que sale, que no es poca cosa, y dispongámonos a vivir un día mas.

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(1) Obituario del PAÍS  (7/2/2020)


domingo, 2 de febrero de 2020

The Lighthouse


Eggers, Robert. 2019. The Lighthouse.

El bramido constante del faro, semejante al quejido de una animal agonizante, nos acompaña durante todo este relato, un viaje al infierno del aislamiento y la pérdida de la razón. En la película retumban los ecos de los viajes al fin del mundo de marineros perdidos, los cantos de sirenas que como espejismos de otros mundos invaden las almas de los desnortados, las supersticiones de los lobos de mar, las interminables travesías solitarias que conducen a la locura y la desesperación, las alucinaciones producidas por el alcohol y la mala alimentación. Recordamos a Ulises y a Ahab, a piratas y corsarios, a Robinsones e islas del fin del mundo. Todo desde tierra, sin necesidad de abandonar el faro de una remota isla de Nueva Inglaterra allá por 1890. Imposible no recordar también momentos de Esperando a Godot por las conversaciones absurdas entre un par de desesperados esperando un momento que nunca llega.

Con un blanco y negro y unos juegos de luces y sombras fantasmagóricas que nos retrotraen al cine expresionista alemán, la película contiene diálogos y monólogos de tintes shakesperianos y combina imágenes de crudo realismo con pesadillas con monstruos marinos, sirenas y aves terroríficas. Es un estudio de la forma en la que la convivencia humana, cuando es sometida a condiciones extremas de soledad, falta de comunicación, desconexión de la realidad y supervivencia llevada al límite puede degenerar en lo más cruel y abyecto.

Cuando no hay salida posible y el alcohol es la vía de escape, la imaginación produce fantasmas que llevan a la locura. La otra vía de escape es agarrarse al espejismo de la única luz que se ofrece como guía, como si de dios se tratase, y cuya posesión se convierte en la única tabla de salvación, cuando ya no hay realidad posible que redima. Luchar por hacerse dueño de la luz del faro se convierte así en algo parecido a querer convertirse en dueño y señor del arco iris, un sueño imposible al que nos arrastra la necesidad de escapar de la realidad.

Review (Hollywood Reporter) 

Review (DAILY GRINDHOUSE) 

Reseña (EL PAÍS)

Reseña (CINEMAGAVIA)

Reseña (ESPINOF)

Escena de la sirena 

Escena de la gaviota

Escena del monólogo de Willem Dafoe

Why'd y'spill yer beans?