martes, 20 de abril de 2021

Yoga

 


Carrère, Emmanuel. 2020. Yoga. Anagrama.

La autoficción (término creado por Serge Doubrosvsky) es un género donde las fronteras entre ilusión y realidad se difuminan especialmente. Yoga, el último libro de Emmanuel Carrère, se encuentra en ese territorio incierto. ¿Estamos ante un libro de memorias? ¿Ante una novela? ¿Un diario? ¿Un ensayo? Podemos decir que es una novela por la forma; en realidad se trata de un diario con la forma de una novela. 

"Tengo una convicción, una sola, relativa a la literatura, bueno, al género de literatura que yo practico: es el lugar donde no se miente. Es el imperativo absoluto, todo lo demás es accesorio, y creo haberme atenido siempre a ese imperativo. Lo que escribo es quizá narcisista y vanidoso, pero no miento" (p.157)

Carrère escribe sobre su propia vida dándole apariencia novelística, asegurando que no miente. Pero ya sabemos que la memoria en sí misma es equívoca y mentirosa, que inventa y destruye, que falsea y crea. Aún intentando decir la verdad, la memoria miente porque atraviesa la realidad a través del tamiz del tiempo. No podemos estar seguros al cien por cien de lo que recordamos. Ese lastre ya lo lleva la memoria de por sí, por naturaleza, incluso cuando queremos ser fieles a la realidad y prometemos decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. 

Javier Cercas también escribe sobre estos terrenos inciertos donde la realidad y la ficción se fusionan (Soldados de Salamina, El Impostor), así como otros autores que escriben diarios novelados (como son los casos de Andrés Trapiello o Emilio Renzi) o autobiografías noveladas (como por ejemplo Ordesa de Manuel Vilas o A Corazón Abierto de Elvira Lindo). ¿Qué ocurre si a lo recordado le otorgamos además el ropaje de la narración novelesca? ¿Cómo saber entonces qué es verdad y qué es inventado? 

Creo que esta pregunta no tiene respuesta, es imposible saberlo; quizás ni el mismo autor lo sabe por completo. Por eso la única opción posible es contemplar a estas obras y a Yoga como obras de ficción en su totalidad, y tratar al narrador como un personaje de ficción más, como al narrador en primera persona que podemos encontrar en cualquier novela convencional. A partir de ahora, daremos ese paso, y olvidaremos al Carrère real, a su personal lucha con la enfermedad mental, a su divorcio, a su experiencia con los refugiados griegos. Consideremos que estamos ante una novela, pura ficción. De cualquier forma, la literatura en general, incluso la que es ficción pura, siempre intenta llegar a la verdad aunque para ello se arrope de mentiras (ver La Verdad de las Mentiras, de Mario Vargas Llosa). 

Una vez dentro del terreno de la ficción y ciñéndonos a él, al leer el libro acompañamos al narrador en su intento de calmar su atormentada mente con la práctica del yoga y la meditación budista vipassana.

"La única tarea a la que debe dedicarse un hombre sensato es intentar salir del samsara, esa ruedas de cambios y sufrimientos que es la condición humana, para acceder al nirvana, que es la vida finalmente real, exenta de ilusión, la vida en que se ven las cosas como son" (p. 36) 

¿Pero es realmente el nirvana la realidad, o no es sino otra forma más de intentar escapar de la realidad? El narrador hace todos los esfuerzos posibles por encontrar paz mental y acercarse al final del camino, el nirvana, pero la realidad termina por colarse en la burbuja de ilusión creada en unos artificiales días de retiro. Querer aislarse de la realidad es imposible, querer acceder al nirvana no es más que otra ilusión, pues la realidad siempre termina por imponerse. Esos retiros pueden dar una sensación transitoria de paz, pero finalmente la realidad arrasa sin compasión. 

Los terribles atentados yihadistas cometidos en Francia contra Charlie Hebdo irrumpen en el retiro del narrador como el sobresalto provocado por la alarma del despertador que nos saca fulminantemente de un apacible sueño. No hay más remedio que salir del estado de iluminación y volver al mundo real. Y el mundo real es atroz y problemático, y encamina al narrador a un laberinto de depresión asfixiante que solo la psiquiatría más dura y radical con todo su cargamento de farmacología y electroshocks es capaz de aplacar. Aquí ya no cabe la meditación, ni el yoga. Estos valían cuando las piezas encajaban más o menos, cuando la mente no había entrado en un terreno donde la química es más poderosa que el espíritu y las conexiones neuronales fallan estrepitosamente, haciendo imposible un mínimo de paz, lucidez y calma. Llega un momento en que querer arreglar el alma solo a través de su propia observación es como querer arreglar un ojo con miopía a base de mirar.

"¿Hay una salida de este aprieto que llamamos el mundo, la condición humana, el samsara? ¿Es posible despojarse de esta condición? ... La buena noticia es que, siempre según ellos (Patanjali, Hervé), la respuesta es sí. Es posible librarse de esa condición" (p.64)

El narrador está a punto de convencerse y convencernos de que es posible, de que existe un camino para llegar ahí, y la primera parte del libro es un excelente manual de meditación. Pero cuando uno está a punto de llegar al nirvana y empieza a levitar... se produce una caída estrepitosa y con el mismo ímpetu que un tsunami, llega la realidad y lo estropea todo, acabando con el nirvana de un sopetón. 

El narrador realiza una dura crítica a la meditación cuando ésta se vuelve autocomplaciente: recuerda cuando vivió el tsunami de Sri Lanka y todo el mundo ayudaba excepto los practicantes de yoga ayurvédico "que a lo largo de esos días siguieron ocupándose del cuidado de sus cuerpos y sus almas como si nada hubiera sucedido... seguíamos oyendo sus mantras, transportados por la brisa cálida de los trópicos , sobre el poder del instante presente y la gracias de la compasión" (p.140). 

¿Hay mayor acto de narcisismo egocéntrico que querer seguir llegando al nirvana a toda costa aún cuando el sufrimiento y la destrucción te rodean por doquier? El narrador llega a la siguiente conclusión: 

"Por definición, todo lo que es real es verdad, pero algunas percepciones de la realidad poseen un mayor contenido de verdad que otras, y no son las más optimistas. Pienso, por ejemplo, que ese contenido es más grande en Dostoievski que en el dalái lama. Resumiendo, estaba un poco jodido con mi libro risueño y sutil sobre el yoga" (p.147) 

Se lo advirtieron al narrador: la interrupción de las sesiones vipassana puede ser catastrófica y tener consecuencias imprevisibles. Y ahí comienza su descenso a los infiernos. Es una ilusión querer habitar en el nirvana. El nirvana no existe como entidad aparte: solo si comprendemos que es lo mismo que el samsara, podremos sobrevivir. Ya lo dijo Najarjuna: "Si haces una diferencia entre el nirvana y el samsara, ya estás en el samsara". El samsara, el infierno, se encuentra dentro de uno mismo. 

Tras su cura con electroschocks, el narrador decide abandonar la situación privilegiada de los afortunados del mundo, y sumergirse en una realidad aplastante, urgente, imperiosa: la terrible situación de los refugiados creados por la guerra de Siria y la vergonzante actitud europea de rechazo ante su situación. Entonces comienza su aventura en la isla de Leros. Allí conoce a una serie de refugiados que proceden del campo de refugiados de Moira, en Lesbos, que le cuentan historias de sufrimiento que le hacen salir de la espiral egocéntrica en torno a su ombligo y comprender que hay una vida real más allá del regodeo en las propias neuras. La otra ayuda proviene de su amistad con Erica y de su pasión mutua por la música, en concreto por una pieza específica: la Polonesa heroica de Chopin tocada por Vládimir Hórwitz primero y por Martha Argerich después. Con la amistad de Erika y la interpretación de Martha, por fin, el narrador comprende que "existe la Sombra pero también la alegría pura, y quizás no puede haber alegría pura sin Sombra y que entonces vale la pena vivir con la Sombra. El regalo de Erica consiste en decirme que al alegría pura es tan verdadera como la Sombra. No más verdadera, no, sino tan verdadera ..." (p. 277). 

Los otras muletas para seguir sobreviviendo a la realidad son la ficción pura, representada por el personaje de Frederica ("un personaje novelesco" p. 308), la sal de litio y el amor y la belleza de una joven haciendo yoga. 

Reseña (EL PAÍS)

Entrevista (EL CULTURAL) 

Entrevista Carrére - Cercas (ELPAÍS) 


domingo, 11 de abril de 2021

El Sueño de Bécquer. Somnografía de Ricardo Martín Reina

 


Escobar, Juan R. y Martín Reina, Ricardo. 2021. El Sueño de Bécquer. Somnografía de Ricardo Martín Reina. Punto Rojo Libros. 

Es la primera vez que leo una novela en la que conozco al personaje principal, y ha sido muy emocionante verlo revivir en estas páginas, el mayor regalo que podríamos pensar los que disfrutamos de la amistad de Ricardo. Las páginas del libro destilan amor puro hacia él, sin caer en absoluto en la sensiblería y la lágrima fácil. Si amar es aceptar a las personas tal y cual son, eso es lo que hace el autor cuando describe los últimos días de Ricardo, tras su primera muerte y su resurrección. 

Ricardo vivó entonces una ensoñación que le contó al narrador y que éste describe en capítulos que se corresponden con las fases del sueño (el adormecimiento, el sueño ligero, la transición, el sueño delta y el sueño paradójico). El autor toma la postura del descreído, el poseedor de una mentalidad científica que a todo le da una explicación racional, frente a Ricardo, éste siempre acompañado "de su bendita locura o de su coraje por seguir teniendo los pies cerca del suelo pero nunca posados en él, y también de su idealismo o romanticismo u otras acepciones que en  boca de sus allegados sonaban a veces huecas" (p. 226). En el libro asistimos a la progresiva conversión del narrador, que no tiene más remedio que aceptar que la verdad es algo que va mucho más allá de los límites de la realidad. 

El poeta de Ricardo era Bécquer, y con él pasó sus ultimas horas, en lo que fue una alucinación, un sueño o una realidad para su mente encerrada entre los tubos de la UCI. El libro termina resultando ser otra leyenda de Bécquer, continuación del rayo de luna, algo que el narrador termina por creer y abrazar amorosamente. 

"Si alguien demandara mi opinión, le diría que Ricardo Martín estuvo verdaderamente con Bécquer o con su espíritu cuando tuvo una experiencia excesivamente cercana a la muerte, que soñó con él en esos momentos y en otros posteriores, que a veces creyó verlo estando en estado de vigilia ya que no consiguió dilucidar entre los estímulos percibidos aquellos que fueron verdaderos de los que resultaron falsos, los reales de los irreales, los que eran un cuento o los que eran una historia. Pero que en todos ellos se escondía una verdad, tan grande y tan enorme que no podía ser vista si no adoptabas cierta distancia y divisabas su horizonte entrecerrando los párpados, como él se alejó de su enfermedad y su penuria y la convirtió en período lírico" (p. 232) 

Pocas veces he comprendido con tanta claridad la necesidad de aferrarse a una ilusión para aceptar la realidad cuando la vida termina, quizás porque en esta ocasión conozco perfectamente a la persona que luchaba por aferrarse a un sueño. De la misma forma que el protagonista de la leyenda del rayo de luna de Bécquer iba siempre en pos del milagro, Ricardo se dejó llevar por ese rayo para hacer más tolerables los días en los que volvió a despedirse de la vida, ya que ésta le dio una segunda oportunidad. 

"Todos esperamos algo, a veces nos llevamos esperando ese algo toda la vida y no se produce nunca, y si se produce lo cambias por otra ilusión, porque no sabemos vivir si no es detrás de algún reflejo de luna, ya lo sabes bien" (p.236). 

El final del libro no puede ser más bello, a la orilla del río Guadalquivir, frente al monasterio de los Jerónimos. No voy a desvelarlo, por supuesto, pero sí he de decir que me ha hecho revivir todo el espíritu de las leyendas de Bécquer y que no se me ocurre mejor despedida para el alma soñadora de Ricardo, un momento mágico en el que la ilusión y la realidad se confunden y en el que hasta la mente más racional se dejará arrastrar por la magia de los cuentos de hadas. 

Cada vez que vaya a pasear por los alrededores de la cruz de Bécquer me detendré a charlar contigo, Ricardo, y luego me tomaré una cerveza en tu nombre. DEP.


jueves, 1 de abril de 2021

El Padre

 


Zeller, Florian. 2020. El Padre. Co-producción Reino Unido-Francia. 

La fuerza de la película radica en que el espectador ve la realidad a través de los ojos del octogenario Anthony y su terrible andadura a través de una demencia senil que le va arrinconando poco a poco. Es el mismo recurso que ya fue utilizado en Una Mente Maravillosa, en la que asistíamos al deterioro que la esquizofrenia provoca en la mente de un matemático: durante una parte de la película lo que creemos que es real no es más que la alucinación del protagonista. 

La interpretación de Anthony Hopkins es perfecta, así como la de Olivia Colman, la actriz que hace el papel de una hija abrumada por las circunstancias de un monstruo arrasador que ha llegado para apoderarse de la mente de su padre y con el que no sabe como lidiar. Es una realidad que cada vez aparece en más películas y novelas (como la última de Jesús Carrasco): la problemática del hijo que en la madurez de la vida se encuentra con la difícil situación de hacerse cargo del cuidado de unos padres que han llegado a una edad y un estado en el que se han vuelto dependientes, tarea para la que nunca ha sido preparado. 

La película adquiere en algunos momentos apariencia de película de miedo, y es que esto es realmente lo que siente el protagonista cuando se enfrenta a una realidad que no entiende y se le torna amenazadora, ya que él ve fantasmas, suplantaciones de personas, desapariciones, y una soledad aterradora ante la que se vuelve como un niño asustado que busca el abrazo de su madre, en un intento desesperado de volver al único cobijo seguro de la infancia, la época de los miedos incomprensibles. 

Una película para entender que la realidad no es lo que parece y las trampas que la vejez le tiende al cerebro. 

Reseña (EL PAÍS)

Reseña (EL MUNDO)