sábado, 31 de agosto de 2019

Rabos de Lagartija


Marsé, Juan. 2000. Rabos de Lagartija. Editorial Lumen, SA.

Es difícil no relacionar la novela con el relato central de Obabakoak, de Bernardo Atxaga, en el que un niño introduce un lagarto en la oreja de otro, produciendo consecuencias insospechadas. Aquella deliciosa colección de relatos donde se confunden la realidad con la fantasía tiene varios puntos en común con esta obra maestra de Marsé: los lagartos y las lagartijas, las orejas por donde se cuelan bichos que terminan afectando al cerebro, y el límite impreciso entre realidad y ficción en la mente de los niños y los adolescentes.

Ya hemos comentado aquí otros libros y películas donde se explora ese límite: Léolo, El Espíritu de la Colmena, El Laberinto del Fauno o Industrias y Andanzas de Alfanhuí, donde un niño también juega con lagartijas. En todos ellos, los niños o los adolescentes se enfrentan a una dura realidad y solo su imaginación y su fantasía les permite comprenderla de alguna forma y sobrevivir a ella. Por supuesto, sabemos que esta incursión en la irrealidad es algo también absolutamente necesario para los adultos, pero indudablemente la frontera es mucho más difusa e imprecisa cuando la mente aún no está del todo formada. Las ensoñaciones y desvaríos que consideramos naturales en el caso de la infancia son considerados síntoma de enfermedad mental en la edad adulta.

Dos niños son los narradores de Rabos de Lagartija. Uno de ellos aún no ha nacido, y narra desde el vientre de la madre, y el otro es su hermano David, el personaje central, con el cual se comunica abiertamente. Vemos el mundo desde su perspectiva, el mundo de los terribles años cuarenta en Barcelona donde la pobreza, la supervivencia, y la persecución policial y represiva son la realidad diaria y gris de la que las películas son una de las pocas escapatorias: El Ladrón de Bagdad, La Carga de la Brigada Ligera o Tierra de Audaces (Jesse James). David ve alimentada su fantasía por estas películas, que le proporcionan munición para su propia imaginación, donde visualiza películas de forma permanente.

Estas películas que David recrea en su mente se basan en la realidad, pero transformada, de la misma forma que todos los guiones y todas las novelas. Algunas quizás procedan de conversaciones oídas sin querer, o de memorias que se pierden en el subconsciente; otras nacen de fotografías que adquieren vida y otras son simples fabulaciones creadas de tal forma que se viven como si fueran realidad. En todas ellas aparecen fantasmas que para David tienen la misma consistencia que personas de carne y hueso: su padre desaparecido con su raja en el culo, que le visita en el barranco; su hermano  mayor muerto con su pierna de menos; el piloto de la RFA que aparece en una portada de la revista Adler con su impoluta cazadora de cuero; el otorrino al que pertenecía la consulta que utilizan como casa, que se le aparece con su bata blanca y montera de torero; su perro sacrificado con su venda y su agujero en la frente. Todos ellos son alucinaciones vividas como si fueran reales; no hay ninguna diferencia en la mente de David, y así se nos transmiten de manera genial en la novela, por lo que vamos permanentemente de la realidad a la fantasía sin ser advertidos. Este continuo y sorpresivo traspaso de frontera es la sal de la novela.

La obsesión de David no es huir de la realidad, sino conocer y comprender la verdad, pero el camino para llegar a esta no puede ser la realidad, pues la realidad la oculta y la disfraza. Para que su abuela lo reconozca y deje de ser invisible, David ha de disfrazarse de niña y hacerse pasar por el fantasma Amanda; también urde toda un trama falsa con el objetivo de atrapar al inspector Galván en lo que él cree que es la verdad. Solo es posible llegar a la verdad a través de la mentira. En más de una ocasión David nos recuerda a Hamlet, en primer lugar porque ambos hablan con los espectros de sus respectivos padres, y en segundo lugar por el odio que le tiene al policía, porque lo considera cómplice de la desaparición de su padre y porque está convencido de que el "guripa" quiere ocupar el lugar de su padre, cortejando incesantemente a su madre, lo mismo que le ocurre a Hamlet con su tío. Debido a todo esto, y a lo que David cree que ha hecho el inspector con su perro, hace lo posible por destrozar la relación entre el policía y su madre. David quiere demostrar la culpabilidad y maldad del inspector y para ello inventa una trama que saque a la luz lo que él cree que ha hecho, tal y como hace Hamlet con su obra de teatro para poner en evidencia a su tío usurpador del trono.

Los diálogos de David con el fantasma de su padre son todos especialmente memorables. Hay una ocasión, en la que David le cuenta que vio caer un bombardero Marauder B-26 de la RFA en la playa de Mataró, algo que nadie creyó. Su padre, a su vez, estaba pergeñando una mentira que contarle a la madre de David para consolarla con respecto a su inagotable afición a la bebida. David le hizo ver que esa mentira no era creíble en absoluto. En ese momento, el padre le mencionó la siguiente frase, un latinajo que le había enseñado su mujer, que es quizás el motor oculto de toda la novela: "Fortis imaginatio generat casum" (p. 187). Es decir, una fuerte imaginación hace que las cosas sucedan (1) . La imaginación puede llegar a hacerse realidad, la mentira puede llegar a convertirse en verdad, la fantasía puede destronar a lo real y hacerse dueña de la situación.

Terminamos con dos citas imponentes sobre la realidad y la verdad que aparecen en el libro. La primera sale de la boca del padre de David, refiriéndose a las tretas de éste para desenmascarar a Galván y demostrar lo que él cree que es la verdad:

"...tú crees que es un hecho consumado. Pero por el momento, más que un hecho es una apariencia, y eso es lo que te enfurece. Tu impostura es peligrosa, la conozco, la he sufrido en mis carnes. No es que mientas para enterrar la verdad, ya lo sé, lo haces precisamente para desenterrarla, pero en cualquier caso, mientes... Los hay que piensan que una cosa es la realidad y otra la verdad, y tú eres uno de esos. Eres un peligro, hijo mío..." (p. 306).

La segunda pertenece a los pensamientos de su hermano no nacido aún, refiriéndose a la lucha de David por poner orden en la realidad:

"A su modo, David había asumido esa contradicción: como si supiera que la verdad no existe, que solo existe el deseo de encontrarla, luchaba no contra ella, sino contra la fragilidad de su apariencia" (p.336).
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(1) "Una imaginación robusta engendra por sí misma los acontecimientos", según la traducción de la edición de Gonzalo Torné de los Ensayos de Montaigne (2014, Penguin Random House). Con esta frase comienza el capítulo XX, "De la fuerza de la imaginación".


Reseña (REVISTA DE LIBROS)

Reseña (EL MUNDO)

El espacio narrativo en Rabos de Lagartija (Natalia Álvarez Méndez)

Análisis literario (Universidad de Estocolmo)

Fortis imaginatio generat casum



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