domingo, 12 de mayo de 2019

Yo No Soy mi Cerebro


Gabriel, Markus. 2016. Yo No Soy mi Cerebro. Filosofía de la Mente para el Siglo XXI. Pasado & Presente.

En su segundo libro de la trilogía, Markus Gabriel se esfuerza por demostrar que el libre albedrío no es una ilusión. Este libro es, pues, el negativo de Incógnito, el libro de David Eagleman, que lo desmonta por completo desde el punto de vista neurológico.

Desde el principio, deja clara su posición: anti-naturalista, anti-materialista, anti-neurocentrista (1), anti-estructuralista, defensor de la religión y del Nuevo Realismo: "El Nuevo Realismo filosófico alega que nuestros pensamientos no son menos reales que aquello sobre lo que pensamos, y que por tanto podemos conocer la realidad y no solo los modelos que nos hacemos de ella" (p.28). De acuerdo, pero siempre añadiendo, según mi opinión: "sin conceder a ambos mundos el mismo estatus ni dejar que se solapen entre ellos".

Su objetivo es destronar a la ciencia como reina absoluta de la investigación de la realidad y devolver el cetro a las humanidades; demostrar que el ser humano es algo más que un conjunto de células y neuronas. Para él, "el neurocentrismo es una combinación de neuromanía y "darwinitis" (p.35). No se atreve a denominarse anti-darwinista, pero sí ironiza con el término. La "darwinitis" es la "convicción de que solo nos podemos entender como criaturas espirituales si se explora el cerebro teniendo en cuenta su historia evolutiva" (p.35). Según Gabriel, esto es lo que el neuro-centrismo piensa de nosotros: "cerebros integrados en máquinas, motivados por su egoísmo en la lucha por la supervivencia de la especie" (p.75).

Por supuesto que no somos solo nuestro cerebro. ¿Quién mantiene esto? El cerebro es parte de nuestro cuerpo, somos más que cerebro, somos un cuerpo. No hace falta más que ver toda la investigación de Antonio Damasio sobre este asunto, y la relación de nuestros pensamientos y nuestras emociones y sensaciones corporales. Somos también, por supuesto, interacción con otros, seres sociales por naturaleza. ¿Quién lo niega? Nos construimos a partir de la interacción con otras personas. Somos, por supuesto, algo más que un conjunto de neuronas, puesto que disponemos de algo llamado conciencia que la ciencia aún no ha conseguido descifrar. ¿Quién afirma haber hallado la clave de la conciencia? Es la última frontera, aún no explicada. Pero Gabriel quiere ir más lejos que todo esto: quiere restituir el "espíritu", expulsado según él de las ciencias y las humanidades.

Gabriel se confiesa seguidor de Jean Paul Sartre y el existencialismo, denominando su filosofía "neo-existencialismo: "El neo-existencialismo afirma que el hombre es libre en la medida en que tiene que hacerse una imagen de sí mismo para ser alguien" (p.29). A su vez, Gabriel se declara anti-estructuralista: "el estructuralismo supone que los propósitos humanos son una especie de ilusión, que es provocada por la pertenencia de los individuos a las estructuras del sistema" (p.63). Es decir, según él, no estamos determinados por nuestro cerebro, ni por nuestro ADN, ni por nuestras condiciones socioeconómicas. Somos responsables de nuestro proyecto de vida, aunque sea un alivio soltar la responsabilidad de nuestra libertad en nuestra neuroquímica y en nuestras condiciones de vida.

El filósofo alemán también se declara anti-empirista (p.85), esto es, la tesis de que la única fuente de nuestro conocimiento sea la experiencia sensorial. Hasta la ciencia más empírica necesita de hipótesis, teorías, apriorismos. También es anti-fisicalista, es decir, la tesis de que todo en la naturaleza se compone de partículas elementales con un comportamiento descrito por la leyes naturales (p. 125). Gabriel reivindica el "espíritu", nuestro derecho a tener esperanzas, creencias, opiniones, dudas, intenciones (p.98), "a perseguir tonterías, a la ironía y a las ilusiones, siempre y cuando no perjudiquen a nadie, que por su parte también quieren perseguir sus ilusiones"(p.117). Dice un poco más adelante: "Hay que examinar también ese afán como fuente de ilusiones, a las que no podemos renunciar, ya que solo mediante ellas llegamos a ser quienes somos. Una conciencia puramente desinteresada y contemplativa no sería acorde a nuestra manera de ser. Nos rodeamos desde hace milenios , no por casualidad, de cosas hermosas en las que reflejar nuestra conciencia" (p. 117). Este párrafo nos recuerda a la idea del "hambre de irrealidad " como característica consustancial del ser humano, de la que ya hemos hablado en muchas otras ocasiones (ver el libro de Vargas Llosa).

Gabriel arremete contra los precursores del Nuevo Ateísmo, como Richard Dawkins (p.86), o los adalides del cientificismo, como Carl Sagan y su serie Cosmos, cuya actual versión ridiculiza por presentar a los científicos como los nuevos héroes que viajan en el tiempo (p. 130, p.197). La ciencia se ha convertido en el nuevo Dios y los científicos su profetas. Gabriel es antideterminista, y no cree que todo necesariamente tenga que obedecer necesariamente a las leyes naturales (p.139). Somos seres espirituales y es imposible reducirnos a partículas, como intenta el neuro-reduccionismo. Según Gabriel, el ser humano es libre porque no hay una ley única que lo rija todo:   "El universo no es una realidad global que engarce a lo largo de un solo eje temporal lineal todos los acontecimientos, como perlas en una cadena. El universo no es una película de la que nadie puede escapar" (p.252).

El autor intenta escapar de lo que él llama el "embrutecimiento hacia arriba", que es el anhelo de omnipotencia del posthumanismo y el transhumanismo (promovido por los "dioses de Silicon Valley" (p.278), y del "embrutecimiento hacia abajo"(promovido por la darwinitis y una concepción del hombre como una máquina regida por la evolución). Estas mismas preocupaciones son también la línea vertebral del libro de Bertrand Vergely, La Destruction du Réel. Gabriel quiere devolver al hombre su lugar como ser espiritual y romper el corsé del neurocentrismo, que pretende que no somos más que una serie de tormentas neuronales.

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(1) Eduardo Punset ya utiliza el término "neurocentrismo" en su libro El Alma Está en el Cerebro  (2006, Aguilar): "Thomas Willis (1621-1675), junto a un grupo de sabios, inauguró una nueva era: la "era neurocéntrica" en la que nos encontramos hoy, donde cerebro y mente son dos conceptos inseparables" (p.12). Este libro es, también, al igual que Incógnito, el contrapunto del que estamos comentando).


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