martes, 23 de julio de 2019

Tren Nocturno a Lisboa


Mercier, Pascal. 2008. Tren Nocturno a Lisboa. Austral

El tren al que Gregorius, profesor de Liceo en Suiza, divorciado y cincuentón, quiere en realidad subirse es al de una vida intensa y plena, llena de sentido y pasión aunque por ello también de sufrimiento, vivida con conciencia y entrega, una vida como la del portugués Amadeu. Es una vida opuesta a la suya, disciplinada, aburrida, monótona, dedicada a las lenguas muertas. Un acontecimiento azaroso e impactante lo saca de su letargo para llevarlo a una aventura que, como un imán, le atrae de una forma que ni él mismo comprende.

Asistimos a través de los ojos de Gregorius, a la reconstrucción del puzzle del médico filósofo Amadeu Inácio de Almeida Prado, cuyo libro, que ha llegado a sus manos por accidente, le ha hecho replantearse la vida. A través de la voz de Amadeu resuena toda la literatura portuguesa: Luis Vaz de Camoes, Francisco Sá de Miranda, Camilo Castelo Branco, José María Eça de Queirós, y sobre todo Fernando Pessoa y su Libro do Desassossego. Bien podría ser Amadeu otro de los muchos heterónimos que utilizó Pessoa a lo largo de su vida para comunicar sus ideas bajo la apariencia de otra persona.

De hecho, una frase de Pessoa provoca el desencadenante del divorcio de Gregorius: "Los campos son más verdes en su descripción que en su verde natural" (p.91). El arte, la fantasía y la imaginación siempre superarán a la realidad y le darán sentido. "La vida no es lo que vivimos, sino lo que imaginamos vivir" (p. 262). La filosofía de Amadeu y de Pessoa es la corriente subterránea que subyace bajo todas las peripecias del libro.

Esta filosofía, por ejemplo, cree imposible conocer la realidad de los demás, puesto que siempre estará mediatizada por nuestras fantasías e ilusiones: "A las personas no se las puede ver como a las casas, los árboles o las estrellas... el poder de la imaginación las acomoda a su medida para que encajen en los propios anhelos o esperanzas, pero también para que en ellas se confirmen los propios miedos y prejuicios... durante el camino, la mirada se distrae y enturbia con todos los deseos y fantasmas que hacen de nosotros ese ser humano singular e inconfundible que somos" (p.107). Esta imposibilidad de llegar a conocer el alma de los demás es una constante en las reflexiones de Amadeu: "¿Qué pasa cuando intentamos entender a alguien en su interior? ¿Es ese un viaje que llegue a su fin en algún momento? ¿Es el alma un lugar de hechos fehacientes? ¿O son los supuestos hechos únicamente la sombra falaz de nuestras historias?" (p. 179).

Estas reflexiones sobre la "segunda realidad" en la que habita el alma humana nos recuerda a otra figura literaria, el profesor Da Barca, médico y filósofo también, gallego y por tanto muy próximo a Portugal, el protagonista de El Lápiz del Carpintero, de Manuel Rivas. Es la figura del médico humanista que intenta ir más allá del conocimiento del cuerpo para intentar indagar en los misterios más profundos del alma humana, para los que la ciencia no tiene recursos suficientes. "Somos seres estratificados, seres llenos de abismos insondables, con un alma compuesta por un inconstante azogue, con un estado de ánimo cuyo color y cuya forma cambian como en un caleidoscopio que sacudimos sin cesar... el alma es una invención pura, nuestra invención más genial, y su genialidad radica en la sugestión, en esa sugestión abrumadoramente plausible de que existe en el alma algo por descubrir como en una porción real del mundo" (p. 404-5).

Destacamos una líneas del libro de Amadeu sobre la necesidad de la ilusión y la desilusión para conocernos a nosotros mismos:

"O BÁLSAMO DA DESILUSAO. EL BÁLSAMO DE LA DESILUSIÓN". A la desilusión se la considera un mal. Es un prejuicio irreflexivo. ¿A través de qué, sino por medio de la desilusión, podríamos descubrir nuestras expectativas y esperanzas? ¿Y en qué debe consistir el conocimiento de uno mismo si no es a través de la desilusión?... No deberíamos padecer nuestras desilusiones suspirando, como algo sin lo cual nuestra vida sería mejor. En realidad, deberíamos seguirles el rastro, coleccionarlas... Si una persona quisiera saber realmente quién es, tendría que ser una infatigable y fanático coleccionista de desilusiones, y el trato frecuente con experiencias decepcionantes tendría que ser para ella como una adicción, la adicción determinante en su vida, pues entonces podrá ver con claridad que la desilusión no es un veneno caliente y destructor, sino un bálsamo fresco y tranquilizador que nos abre los ojos sobre los verdaderos contornos de nosotros mismos... Alguien podría tener la esperanza de hacerse más real al reducir las expectativas, de encogerse hasta un núcleo duro y fiable en el cual estuviera a salvo frente al dolor de la desilusión. Ahora bien, ¿cómo sería llevar una vida que se prohibiera a sí misma cualquier expectativa inmodesta y de gran alcance, una vida en la que sólo hubiera expectativas tan banales como la de que pase el autobús? (pp.274-5)

La vida no es más que un constante ilusionarse y desilusionarse, escapar de la realidad para volver a ella.


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