sábado, 26 de junio de 2021

La Fragilidad del Mundo

 


Mèlich, Joan-Carles. 2021. La Fragilidad del Mundo. Ensayo sobre un Tiempo Precario. Tusquets.

Mèlich nos advierte en este ensayo acerca de la necesidad de humildad ante la realidad, frágil y huidiza, que escapa a nuestro poder, que no está sometida a nuestra voluntad ni a nuestros intereses. El ser humano necesita sentir que lo tiene todo bajo control, pero debe asumir su finitud, su contingencia, "que no hay un sentido metafísico que nos dé cobijo, que nunca podemos cruzar las puertas del paraíso..." (p. 15). Pero el ser humano se resiste e inventa sistemas simbólicos que le den sentido y coherencia a lo que no lo tiene. Para ello se agarra a la teología, a la política y a la economía, que al crear apariencia de seguridad y verdad, pueden derivar en la violencia de su imposición. Cuando estos sistemas se ponen en marcha, crean herejes, adversarios, rivales: son sistemas en esencia totalitarios, no soportan la duda ni la disidencia. La tecnología es el otro gran asidero para soportar el vértigo que sentimos ante la inestabilidad de la realidad, pero cuya seducción también termina en una nueva forma de totalitarismo, ya que llegamos a creernos que podemos subyugarlo todo. Según Mèlich, el panóptico es el símbolo de la estructura de poder de nuestro tiempo: estamos hipnotizados por la lógica y el yugo de lo útil y lo eficaz, porque nos crea sensación de seguridad frente al caos del mundo; tratamos de controlarlo todo, de no dejar nada al azar. 

"En el año 1791, Jeremy Bentham diseñó la cárcel perfecta, el panóptico. La idea era sencilla y original. Se trataba de organizar un lugar en el que la visibilidad fuera constante, ilimitada y, al mismo tiempo, incomprobable. Consistía en una espacio circular con una torre situada en el centro. Para que pudiera funcionar bastaba con colocar un solo vigilante oculto en el centro. Los reclusos sabían en todo momento que podían ser vistos, pero no sabían si eran de facto vistos en ese momento" (p. 140). 

Pero es necesario aceptar nuestra vulnerabilidad, pues es parte de nuestra condición finita. Somos seres que vivimos en una tensión constante entre lo vivido y lo anhelado, entre la realidad y el deseo, que avanzan a ciegas, sin brújula y sin carta de navegación, en una realidad imprevisible y a la que somos indiferentes. "El mundo pone un límite a la voluntad humana de dominio... No queda más remedio que aceptar que existir es inventarse y asumir cada día el riesgo de precipitarse al vacío" (p.28). 

Es necesario comprender que no hay salida al laberinto, que no hay nada que hacer, para no caer en la angustia, la melancolía o el pánico. 

"Habitar el mundo es intentar establecer un lazo cordial con él, significa aprender a vivir en la vida y el sinsentido, en la inquietud y la extrañeza" (p. 31) 

Debemos adoptar una "razón desvalida", que sospeche del "mito del progreso" y de las utopías; aceptar que la ambigüedad y el sufrimiento son ineludibles, que no hay posibilidad de redención. Para ello, es imprescindible la ética, que es lo que nos permite habitar esa fragilidad. El totalitarismo de los sistemas simbólicos y de la tecnología necesita de la moral, pero la "razón desvalida" necesita de la ética. 

"Un poder es absoluto, o totalitario, cuando no permite la exterioridad o la alteridad, cuando lo explica todo a partir de un único aspecto, cuando no tolera el secreto o el misterio, cuando es onmipresente o ineludible" (p. 182). 

Nuestra sociedad vive bajo el imperio de la prisa y la negación del dolor o el duelo. No quiere que nos detengamos a meditar sobre el silencio, el sufrimiento, el vacío, la enfermedad, la pérdida, la ausencia, la muerte. Pero aceptar la realidad pasa por aceptar que hemos de envejecer y morir (1). En nuestra época, la muerte se ha convertido en tabú y ha sido colonizada por la tecnología. 

Mèlich, en definitiva, propone lo siguiente para habitar la fragilidad del mundo:

"Frente a la razón ilustrada, la razón desvalida; frente al bien, la bondad; frente a la dignidad, la compasión; frente a la conciencia tranquila y el deber cumplido, la vergüenza" (p. 212). 

El sistema quiere educarnos en las competencias, como si fuérámos máquinas; pero sólo somos educados de verdad cuando se promueve una relación con el mundo que nos enseñe a convivir con nuestras emociones, que nos haga conscientes de que no podemos disponer del mundo, que no todo es posible, que nos aleje de la arrogancia.  

"Ya va siendo hora de que darse cuenta de que habitar el mundo es habitar una duda, un respeto y una indisponibilidad, un laberinto del que no se sale y que yace oculto en la claridad del mediodía. Para habitar el mundo hay que aceptar el vértigo del devenir y la fragilidad del ritmo disonante de las cosas. Para habitar el mundo hay que desconfiar de los que prometen convertirlo en un idílico paraíso en el que todo encaja y en el que reinan el orden y la justicia. Para habitar el mundo hay que persistir en las carencias, en las pérdidas y en los deseos, y olvidarse de tantas utopías y heterotopías, que no dejan de ser dispositivos que fabrican los sistemas simbólicos para que estemos sosegados y no importunemos" (p. 214). 

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(1) Mèlich menciona dos interesantes relatos sobre la muerte: La Muerte de Iván Illich de Tolstoi y Los Muertos de Joyce.                                                                                                                                                                                                                                                                              

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Reseña (THE NEW BARCELONA POST) 


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