martes, 3 de noviembre de 2020

El Infinito en un Junco

 


Vallejo, Irene. 2019. El Infinito en un Junco. Siruela (Biblioteca de Ensayo) 

El libro, Premio Nacional de Ensayo 2020, cuenta la fascinante historia de la escritura en el mundo antiguo. La obra es un canto de amor a los libros que no decepciona a nadie que los ame también. Uno de los atractivos del libro es su ir y venir desde las apasionantes anécdotas de Egipto, Grecia y Roma a las novelas y películas más actuales, haciendo de la historia algo vivo y relevante para nosotros, lectores del siglo XXI. El ensayo transita por esa segunda realidad creada por la escritura en la que no existe la soledad, porque se basa en la permanente compañía de miles de almas que nos precedieron así como las contemporáneas, que nos dejaron y nos siguen dejando sus relatos de alegrías, descubrimientos, esperanzas y miedos. Los libros han sido el instrumento mágico para afianzar esa segunda realidad, la "librosfera", incomprensible para los que no pueden acceder a su código secreto. Es lo que le ocurre a los ángeles de la película El Cielo sobre Berlín de Wim Wenders, de la que la autora menciona el momento mágico en el que unos ángeles entran en una biblioteca y estudian el extraño comportamiento de los humanos mientras leen: 

 "Como los humanos no pueden verlos, los ángeles se acercan con libertad, se sientan a su lado o les colocan una mano en el hombro. Intrigados, se asoman a los libros que están leyendo. Acarician el lápiz de un estudiante, sopesando el misterio de todas las palabras que salen de ese pequeño objeto. Junto a unos niños, imitan sin comprenderlo el gesto de rozar las líneas con el dedo índice. Observan a su alrededor, con curiosidad y asombro, rostros ensimismados y miradas sumergidas en las palabras. Quieren entender qué sienten los vivos en esos momentos y por qué los libros atrapan su atención con tal intensidad. Los ángeles poseen el don de escuchar los pensamientos de las personas. Aunque nadie habla, captan a su paso un murmullo constante de palabras susurradas. Son las sílabas silenciosas de la lectura. Leer construye una comunicación íntima, una soledad sonora que a los ángeles les resulta sorprendente y milagrosa, casi sobrenatural. Dentro de las cabezas de la gente, las frases leídas resuenan como un canto a capela, como una plegaria "  (p.60). 
 
Lo más interesante es que veces esa segunda realidad es el único camino para poder entender la primera, ya que la primera es volátil, huidiza e impermanente. Irene Vallejo cita en este caso la película Memento de Christopher Nolan, para demostrar que a veces la escritura es la única forma de asegurarse el acceso a la realidad contra las trampas de la memoria. Escribimos porque necesitamos asegurar nuestra verdad ante la inevitabilidad del olvido. El protagonista sufre amnesia anterógrada debido a un trauma, de forma que no puede almacenar recuerdos, pero lucha por encontrar y vengarse del hombre que asesinó a su mujer:  

"Ha creado un sistema que le permite moverse por un mundo que se borra, sembrado de intrigas, manipulaciones y trampas: se hace tatuar en las manos, los brazos y el pecho la información esencial sobre sí mismo, y todos los días reencuentra allí su propia historia. Con una identidad amenazada por el olvido, solo la lectura de sus tatuajes le permite mantener su búsqueda y su propósito. La verdad del relato se nos escapa entre la maraña de mentiras de los personajes, incluido Leonard, de quien acabamos sospechando. La película está construida con la estructura de un puzle fragmentario, como la mente de su protagonista y como el mismo mundo contemporáneo. Indirectamente, es también una reflexión sobre la naturaleza de los libros: extensiones de la memoria, los únicos testigos —imperfectos, ambiguos pero insustituibles— de los tiempos y los lugares adonde no llega el recuerdo vivo" (p. 81). 

El ser humano es un devorador de historias, que necesita para ayudarle a comprender un mundo incomprensible. Antes de la escritura, por supuesto, esa segunda realidad ya existía: 

"Los poetas épicos conservaban el recuerdo del pasado porque desde la infancia crecían en un mundo doble —el real y el de las leyendas—. Cuando hablaban en verso, se sentían transportados al mundo del pasado, que solo conocían a través del sortilegio de la poesía. Ellos —como libros de carne y hueso, vivos y palpitantes, en tiempos sin escritura y, por tanto, sin historia— impedían que todas las experiencias, las vidas y el saber acumulado acabasen en la nada del olvido" (p. 96)

Esas historias pertenecen a un mundo de ficción, pero en ellas encontramos la verdad. Ahí radica el valor de estas mentiras, que son el camino que a veces necesitamos para comprender la realidad. Vallejo nos lo recuerda con esta bella anécdota de Hesíodo: 

"Hesíodo era un joven pastor que pasaba sus días en la soledad de la montaña, durmiendo en el suelo con el ganado de su padre. Mientras vagaba por los pastos de verano, se construyó un mundo imaginario hecho de versos, música y palabras. Un mundo interior a la vez celestial y peligroso. Un día, apacentando el rebaño al pie del monte Helicón, tuvo una visión. Se le aparecieron las nueve musas, le enseñaron un canto, le insuflaron su don y pusieron en sus manos una vara de laurel. Al adoptarlo, le dijeron una frase inquietante: «Sabemos contar mentiras que parecen verdades, y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad». Es una de las reflexiones más antiguas sobre la ficción —esa mentira sincera— y, tal vez, también una confesión íntima" (p. 121). 

Porque, ¿dónde se encuentra la verdad? Los libros nos recuerdan la imposibilidad de llegar al meollo de la realidad, siempre huidiza y esquiva. Ya lo veía así Heródoto, tal y como nos recuerda Vallejo: 

 "Tras años de viajes y conversaciones, Heródoto comprobó que los testigos a los que interrogaba le facilitaban relatos contradictorios sobre los mismos acontecimientos, olvidaban muchas veces lo sucedido y en cambio recordaban sucesos que solo ocurrieron en el universo paralelo de sus deseos. Así descubrió que la verdad es huidiza, que es casi imposible desentrañar el pasado tal y como sucedió porque solo disponemos de versiones diferentes, interesadas, contradictorias e incompletas de los hechos. En las Historias abundan frases como: «que yo sepa», «según creo», «de acuerdo con lo que averigüé por boca de…», «no sé si es verdad; solo escribo lo que se dice». Milenios antes del multiperspectivismo contemporáneo, el primer historiador griego comprendió que la memoria es frágil, evanescente, y que cuando alguien evoca su pasado deforma la realidad para justificarse o encontrar alivio. Por eso, como en Ciudadano Kane, como en Rashomon, nunca llegamos a conocer la verdad más profunda, sino solo sus atisbos, sus variantes, sus versiones, su alargada sombra, sus infinitas interpretaciones" (p.189). 

Me encanta el capítulo 76 por su visión de Platón, el "cazador cazado", como le llama Vallejo, ya que es uno de los más excelsos y prestigiosos promotores de la censura en un estado autoritario y hoy en día se solicita que salga de los programas filosóficos de algunas escuelas por su racismo y colonialismo, de forma que bebe de su propia medicina (p.213). En numerosas páginas Vallejo arremete contra la censura y la quema de libros, algo tan desgraciadamente habitual en la historia. ¿Cómo se puede arrebatar a los seres humanos la posibilidad de imaginar y fabular? Ese avidez de historias, de la que tan claramente nos convenció Harari en Sapiens, es la misma de la que habla Vallejo al recordar el libro de Monika Zgustova:

"En Vestidas para un baile en la nieve, su fascinante libro de entrevistas a mujeres que sobrevivieron al gulag, Monika Zgustova muestra hasta qué punto, incluso en los abismos de la vida, somos criaturas sedientas de historias. Por esa razón llevamos libros con nosotros —o dentro de nosotros— a todas partes; también a los territorios del espanto, como eficaces botiquines contra la desesperanza" (p. 241) 

Esos mundos imaginarios son los que salvan nuestras vidas en muchos momentos inquietantes de nuestra biografía, como revela la autora en una confesión sobre el bullying que sufría en su infancia: 

"Durante los años humillantes, además de mi familia, me ayudaron cuatro personas a las que nunca he visto: Robert Louis, Michael, Jack, Joseph. Más adelante descubriría que son más conocidos por sus apellidos: Stevenson, Ende, London y Conrad. Gracias a ellos aprendí que mi mundo es solo uno de los muchos mundos simultáneos que existen, incluidos los imaginarios. Gracias a ellos descubrí que podía almacenar fantasías acogedoras y guardarlas en mi habitación interior para buscar refugio cuando allá fuera arreciase el granizo. Esa revelación cambió mi vida" (p.244).

Ese mundo de ilusión y fantasía es a veces el único asidero, la única rendija por la que escapar, al menos transitoriamente, de la cruda realidad, o también para comprenderla y aceptarla. 
 

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