jueves, 26 de septiembre de 2019

La Llamada de la Tribu


Vargas Llosa, M. 2019. La LLamada de la Tribu. Penguin Random House (Debolsillo)

La lectura de un libro de orientación marxista sobre las utopías, El Principio Esperanza, de Ernst Bloch, me ha hecho volver la vista hacia sus antípodas, siguiendo el juicioso consejo de leer libros ideológicamente opuestos para abordar la realidad desde ángulos diversos. De esta forma ha caído en mis manos esta apología del liberalismo político y económico donde Vargas Llosa repasa los principios de sus referentes ideológicos.

Vargas Llosa comienza con una introducción en la que explica su evolución ideológica desde el marxismo hasta el liberalismo, llegando a ensalzar a Margaret Thatcher y Ronald Reagan, a los que considera "los más importantes estadistas de su tiempo". Ese momento de la introducción es el más difícil de superar para los que tenemos una opinión absolutamente opuesta sobre estos políticos. Una vez tragada la píldora, comienzan los capítulos dedicados a los pensadores Adam Smith, José Ortega y Gasset, Friedrich August von Hayek, Karl Popper, Raymond Aaron, Isaiah Berlin y Jean-François Ravel. Todos son interesantes, pero aquí quiero detenerme en los dos que me han resultado más sugerentes desde el punto de vista de sus ideas sobre cómo analizar la realidad: Karl Popper e Isaiah Berlin.

Popper hace un alegato contra todas las doctrinas y teorías opuestas a la libertad humana en La Miseria del Historicismo y La Sociedad Abierta y Sus Enemigos. Tres son para Popper los grandes malvados: Platón, Hegel y Marx. Según él, Platón y su República están en la raíz de todos los autoritarismos, pues ensalza el despotismo esclavista y racista y el colectivismo y la cultura cerrada de la tribu. Hegel y Marx enlazan con esta tendencia al hacer del historicismo un nuevo dios: la creencia de que la historia obedece a leyes inflexibles y puede ser tratada como una ciencia.

De Popper me atrae su forma de plantearse el acceso a la verdad: la verdad es siempre provisional y dura solo mientras no es refutada. La verdad es frágil, debe estar continuamente bajo sospecha, sometida a prueba, siendo "falseada"; es solo una hipótesis de trabajo, un castillo de naipes que se derrumba una y otra vez. Popper no es, sin embargo, escéptico: cree en una realidad objetiva independiente de la mente humana. Pero el acercamiento a ella nunca debe ser definitivo, sino progresivo. Hemos de estar siempre dispuestos a rectificar, en todos los ámbitos, tanto en el científico como en el social. Por ello Popper defiende el piecemeal approach para los cambios sociales, nunca la revolución basada en utopías. Las verdades fosilizadas llevan a la fe, la magia, la metafísica, los irracional, lo tribal y finalmente al autoritarismo. La separación de la verdad y la mentira es un trabajo constante sin logros definitivos. Es necesario admitir que lo que creemos verdad hoy puede no serlo mañana y estar dispuesto a admitirlo. La ingeniería utópica que pretende cambiar la realidad siguiendo una verdad y un modelo preestablecido se desconecta de la realidad, a la que considera un obstáculo para su fin. Popper está radicalmente en contra de todas las ideologías utópicas, mesiánicas y revolucionarias que creen detectar un fin o esperanza común en la historia de los seres humanos.

Para Popper, la historia no está escrita de antemano, es una ilusión pensar que es posible predecir su curso. Quien crea que está en posesión de una fórmula que la determine está fabricando una construcción irreal, una entelequia que no es más que un acto de fe. La historia no está regida por leyes científicas, sino que es un relato humano que pretende poner orden en el caos de acontecimientos. "La concepción de la historia que tiene Popper se parece como una gota de agua a otra a lo que siempre he creído que es una novela: una organización arbitraria de la realidad humana que defiende a los hombres contra la angustia que les produce intuir el mundo, la vida, como un vasto desorden", (p.179-180), escribe Vargas Llosa. La historia no es una ciencia, es algo más parecido a una novela, que intenta ordenar un mundo sin sentido ni dirección predefinidos.

Por otra parte, de Isaiah Berlin me ha atraído su profundo respeto por las ideas del enemigo, "la escrupulosa limpieza moral con que analiza, expone, resume y cita el pensamiento de los demás, atendiendo todas sus razones, considerando los atenuantes" (p. 237). Dedicó sus mayores empeños a estudiar la obra de sus enemigos ideológicos. "El liberalismo de Berlin consistió, sobre todo, en el ejercicio de la tolerancia, en un permanente esfuerzo de comprensión del adversario ideológico" (p. 276), apunta Vargas Llosa, citando a continuación al propio Berlin: "es aburrido leer a los aliados, a quienes coinciden con nuestro punto de vista. Más interesante es leer al enemigo, al que pone a prueba la solidez de nuestras defensas. Lo que, en verdad, me ha interesado siempre, es averiguar qué tiene de flaco, de débil o de erróneo las ideas en las que creo" (p. 276). Un sabio principio al que me adhiero por completo.

Berlin pensaba que las ideas son las que deben someterse cuando entran en contradicción con la realidad humana, y no al revés. Según él, debemos estar dispuesto a admitir lo que denominaba  "verdades contradictorias", es decir, verdades con su cara y su cruz, pues no existe una única verdad a la cual haya que rendir pleitesía, ya que siempre lleva en su seno su opuesto y su contrapartida. Por ejemplo, la libertad es fuente de desigualdades y la igualdad impuesta conduce al autoritarismo. No hay una sola respuesta a los problemas con los que nos enfrenta la realidad: es por ello que hemos de estar constantemente alertas, sometiendo a prueba continuamente nuestras ideas, leyes y valores. Hemos de cuidarnos de los ideales colectivos que arrasan con todo lo que les impide el camino.

Hay otra idea de Isaiah Berlin con respecto a la forma en que captamos la realidad que me ha resultado especialmente atractiva. Es la división de los seres humanos en zorros y erizos, siguiendo un fragmento del poeta griego Arquiloco: "El zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa". Así, están los que poseen una versión centrípeta de la realidad, una visión centrada, sistematizada. Esos son los erizos: Dante, Platón, Hegel, Nietzsche, por ejemplo. Por otra parte, están los que tienen una visión centrífuga, dispersa, múltiple, contradictoria, inapresable. Esos son los zorros: Shakespeare, Aristóteles, Montaigne, Molière, Balzac, Joyce, y el mismo Isaiah Berlin. En todo erizo hay un fanático y en todo zorro un escéptico. Según Vargas Llosa, "todos los zorros vivimos envidiando siempre a los erizos. Para éstos la vida es más vivible... sufrir y morir resultan menos difíciles e intolerables -- a veces, fáciles -- cuando uno se siente poseedor de una verdad universal y central, una pieza nítida dentro de ese mecanismo que es la vida y cuyo funcionamiento cree conocer". (p. 265).

Yo también me declaro zorro, pues opino que la creencia en una verdad nítida y universal no es más que una ilusión creada para sobrevivir a la realidad.

Reseña 1

Reseña 2

Reseña 3

Reseña 4

Reseña 5

Entrevista (EL PAIS)





No hay comentarios:

Publicar un comentario