domingo, 3 de febrero de 2019

Ordesa


Vilas, M. 2018. Ordesa. Alfaguara.

La realidad la tenemos ahí, permanentemente, delante de nuestros ojos, pero la mayor parte del tiempo simplemente no le prestamos atención. No tenemos recursos suficientes para atender a todo, ponemos el piloto automático, seleccionamos el punto de mira, y pasamos de puntillas por la mayor parte de lo que nos rodea cada día. Estamos cientos de horas al lado de otras personas de las que sólo conocemos la superficialidad y apenas arañamos un poco más allá de la piel. La incomunicación cierra puertas que no nos preocupamos por abrir, interesados por otras cosas. Cuando ya es tarde, y esas personas no están, queremos saber sobre ellas, nos hacemos preguntas pero ya no pueden responderlas, y no nos queda otra salida que intentar adivinar y especular. Entonces nos agarramos a una fotografía, a un recuerdo fugaz, a un objeto, para intentar entender aquello que ya es pasado y no está aquí. En ese momento sólo encontramos fantasmas que atraviesan nuestra imaginación desapareciendo como humo.

Esto ocurre sobre todo con nuestros padres, y luego con nuestros hijos. De esto va la novela, sobre los intentos desesperados de un hijo por recuperar las horas perdidas con sus padres. Vilas se adentra magistralmente en esas arenas movedizas de las relaciones paterno-filiales en primera persona, con una sinceridad, humor y compasión admirables. Es imposible no sentirse retratado en algún momento. El libro cautiva por la autenticidad que se respira tras cada confesión, porque el lector siente que lo que allí se cuenta le ha ocurrido a él, nos ha ocurrido a todos. No sabemos si el narrador coincide al cien por cien con el autor, pero no importa, pues todo lo que leemos destila una profunda verdad: lo poco que conocemos a las personas más importantes de nuestras vidas. Nunca llamamos a nuestros padres por sus nombres propios, sino por los apelativos papá o mamá, quizás porque lo único que nos ha importado de ellos ha sido su función, pero no ellos como personas. ¿Quiénes eran antes de que naciéramos, cuáles eran sus sueños, cómo sobrevivieron a su realidad?

"Al morir mis padres, mi memoria se volvió un fantasma iracundo, asustado y rabioso. Cuando tu pasado se borra de la faz de la tierra, se borra el universo y todo es indignidad. No hay nada más indigno que la grisura de la inexistencia. Abolir el pasado es abyecto. La muerte de tus padres es abyecta. Es una declaración de guerra que te hace la realidad" (p.30)

"Tenía muchas cosas que hacer, eso pensaba, cosas que no incluían la contemplación silenciosa de mi padre. Y ahora me arrepiento de no haber contemplado más la vida de mi padre. Mirar su vida, eso, simplemente. Mirar la vida de mi padre, eso debería haber hecho todos los días, mucho rato" (p.73)

"En realidad, yo nunca supe quién era mi padre. Fue el ser más tímido, enigmático, silencioso y elegante que he conocido en mi vida. ¿Quién fue?" (p. 209)

"Me gustaba ver la televisión a su lado. Estuvimos más de cuarenta años viendo juntos la televisión... Fueron pasando cientos de programas, de series, de películas, de telediarios, de documentales, de concursos, de debates, de informativos, fueron pasando los años, los lustros, las décadas. Todo estaba allí, en la televisión" (p.329)

Cuando leemos el libro, entra la urgencia de salir de uno mismo, del ensimismamiento; de quitarse las orejeras y mirar con un poco más atención a las personas que nos rodean antes de que sea demasiado tarde.


Reseña (EL PAIS)

Reseña (ABC)




No hay comentarios:

Publicar un comentario