sábado, 25 de julio de 2020

8 1/2

Fellini, Federico. 1963. 8 1/2

Guido, el protagonista, es un director de cine en plena crisis personal y profesional. La realidad le atosiga y no sabe cómo salir del círculo vicioso de su falta de inspiración creativa y su fracaso matrimonial. La película narra su constante huida de esa realidad que le aprisiona, huida que le otorga su imaginación a través de diferentes visiones o ensoñaciones que sirven como vía de escape al sinsentido de su vida. 

Esa realidad no aceptada tiene una metáfora en la escena inicial de la película: un terrible atasco de circulación en el que las personas se quedan congeladas unos segundos, recordando las imágenes estáticas de los personajes de El Año Pasado en Marienbad. Guido no encuentra otra forma de salir del ataco que volando (muchos años más tarde, ese mismo vuelo lo realizará otro autor atascado en Birdman). Pero es una ilusión transitoria: la realidad lo vuelve a traer a la tierra con una cuerda, lanzándolo al mar despiadadamente. Esta primera visión es una pesadilla que acaba con la desazón de la vuelta a la realidad. Hay otra ensoñación rápida en la escena en la que una multitud hace cola para recibir agua milagrosa: Claudia Cardinale aparece como un hada mágica, la mujer perfecta, que le ofrece el agua envuelta en hermosura. Pero también acaba rápido, convertida en una de las asfixiadas voluntarias que ofrecen agua sin cesar. 
 
La tercera visión es un intento de fallido de comunicarse con sus padres, algo que no hizo durante su vida y de lo cual se arrepiente. Intenta acercarse a ellos pero ya es tarde: lo único que consigue es volver a enterrar al padre y ver cómo su madre se convierte en su mujer. 

La cuarta visión es la huida hacia el paraíso de la niñez, ese periodo en el que se cree en la magia y en que unas palabras hechiceras pueden cambiar la realidad a nuestro antojo: "Asa Nisi Masa" son su particular Abracadabra que permite que se muevan los ojos de un retrato o descubrir un tesoro escondido. Es la palabra mágica que encierra las ilusiones de la infancia y que nos recuerda el Rosebud de Ciudadano Kane. 

La quinta visión es la época emocionante y turbadora de la adolescencia en la que un grupo de amigos observa la sensualidad y el erotismo de la voluptuosa danza de Saranguiña, ceremonia dionisíaca que termina siendo castigada por la iglesia y sus próceres, que nos recuerdan que no hay salvación fuera de ella (Extra Ecclesiam Nula Sallus).   

La sexta visión es el egocéntrico sueño del harén, en la que un grupo de mujeres a su servicio agasaja al Guido ya adulto con todas las ofrendas y cuidados con los que era obsequiado en su infancia: sus amantes lo incitan a la lujuria, otras lo bañan como cuando era niño y su mujer lo arropa tal y como lo hacía su madre, cumpliendo el papel de esposa servil encargada de todos los detalles de la vida doméstica y comprensiva con sus aventuras y deslices. Esta ensoñación se complica porque llega un momento en el que las mujeres se rebelan al ritmo de las walkirias y se produce un motín que él tiene que sofocar a latigazos. Su mujer termina fregando el suelo como le corresponde, entendiendo que esa es su misión en la vida: velar por la felicidad de su marido. 

Todas estas ensoñaciones son solo un escape transitorio, pues la realidad siempre vuelve, terca y obstinada, asfixiante y cruel, y en la escena final Guido no encuentra otra vía de escape que ocultarse debajo de una mesa y pegarse un tiro, escuchando las palabras de su madre: ¿Dónde vas, desgraciado? 

No obstante, Fellini le permite a Guido una última visión post-mortem en la que es animado por el presentador circense a reunir en un corro y bailar con todas las personas a las que no supo amar debido a su egocentrismo que lo mantenía alejado de lo real. Es entonces cuando comprende que la única alternativa de verdad es aceptar la realidad tal cual es e invitar a todos nuestros demonios y fantasmas y bailar con ellos de la mano. No hay otra opción: más vale darse cuenta antes de muerto. 

El ego solitario que se revuelve contra todo y se alimenta de sí mismo termina estrangulado por un gran llanto o una gran risa (Stendhal).

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PD: otra posibilidad es que el suicidio no es real, sino imaginado, y gracias a esta visión, Guido se transforma y se rinde, acepta que no hay salida para su película y baila de la misma forma que Zorba el Griego cuando asume la catástrofe total. Sea como sea, el instante en el que se pasa del suicidio a la entrada de la orquesta de payasos dirigida por un niño es un ejemplo inolvidable de las imprecisas fronteras entre la ilusión y la realidad.



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