martes, 14 de enero de 2020

La Ciudad de la Alegría


Lapierre, Dominique. 2009. La Ciudad de la Alegría. Seix Barral. (Traducción de Carlos Pujol)

(Título original: La Cité de la Joie, publicado por Pressinter en 1985)

Siempre me llamó la atención el título de este libro, por el contraste entre la palabra alegría y la desolación que describía en uno de los lugares más miserables de la Tierra. Su lectura no defrauda: es una experiencia única, pues narra sin tapujos ni paños calientes las terribles condiciones de vida de un barrio (slum) de Calcuta donde los hombre-caballo son explotados; la gente vende su sangre, sus hijos y hasta sus huesos para sobrevivir; se hacinan los leprosos; los niños juegan chapoteando sobre aguas residuales y el sádico monzón se encarga de terminar por destrozar lo poco que se consigue cada día.

Al leer el libro, he recordado la hostilidad de la vida descrita en la película Capharnaum. Las descripciones podrían ser las mismas que las de la vida en los guettos, en los campos de concentración o en los campos de refugiados. ¿Cómo es posible sobrevivir con alegría a una realidad tan dura? Hasari, el protagonista, es la encarnación viva de Sísifo, tirando de su rickshaw cada día para volver a hacerlo exactamente igual al día siguiente, como una piedra que se sube a lo alto de la montaña para volver a caer, una y otra vez. Dice Camus: solo queda una opción: hacer lo que hay que hacer y vivirlo con alegría. ¿Pero cómo pueden vivirse unas circunstancias tan crueles con alegría? En la película Capharnaum, que también narra la vida en un lugar de características similares, no hay alegría, sólo crudeza y desesperanza. ¿Por qué este libro, en cambio, se empeña en la alegría? ¿Cuál es la puerta por la que se cuela esa alegría en medio de tanta miseria?

La respuesta está omnipresente a lo largo de toda la novela: la religión. Dice el padre Lambert tras presenciar el sufrimiento de una leprosa: "El sufrimiento de esta mujer es el mismo que el de Cristo en la cruz; es positivo, redentor. Es la esperanza. Salgo siempre vivificado de la choza de mi hermana, la leprosa ciega. Sí, ¿cómo es posible desesperar en este slum de Anand Nagar? Este lugar merece verdaderamente su nombre de Ciudad de la Alegría" (p.111).

En otra ocasión, tras curar a otro leproso, el padre Lambert vuelve a elevar sus oraciones, escribiéndolas en su diario: "Sí, eres hermoso, Jesús de la Ciudad de la Alegría. Hermoso como el hombre sin piernas y leproso que me has enviado hoy, con sus mutilaciones, sus llagas y su sonrisa. En él te he visto a ti, que encarnas todo el dolor... con la certeza en el fondo del corazón de que Tú nos amas. Y esa otra certeza de que la alegría que me invade nunca me la podrá arrebatar nada ni nadie. Porque Tú estás verdaderamente aquí, presente, en el fondo de este barrio de miseria" (p.155)

La religión llena de alegría al padre Lambert, que convierte el sufrimiento en motivo de gozo. En una ocasión, llega a la conclusión de que los enfermos no necesitan morfina para aliviar el dolor, sino amor. "¿Cómo creer lo que estaba viendo? ¿Cómo podía emanar tanta paz de aquel cuerpecito martirizado? ... Sabia no necesitaba morfina. Sus facciones destilaban una paz que me desarmó. Estaba magullado, mutilado, crucificado, pero no estaba vencido. Acababa de ofrecerme la mayor de las riquezas: una razón secreta para no desesperar, una luz cegadora en las tinieblas" (p.108). Es la misma idea que sustenta la obra de Teresa de Calcuta, que por supuesto también está muy presente en la novela (1). Así se describe el "Asilo para agonizantes abandonados" : "Lo que impresionó inmediatamente a Lambert era la serenidad del lugar. El horror estaba ausente de allí. Aquellos infelices ya no estaban torturados por la angustia, la soledad, la degradación, el abandono. Habían encontrado la paz" (p. 240). Realmente se describe como una especie de milagro que ha hecho desparecer el sufrimiento.

Todo está impregnado de un espíritu religioso, no solo cristiano, por supuesto. Los musulmanes del barrio celebran el nacimiento de su profeta Mahoma en su mayor fiesta del año. "Paul Lambert contemplaba aquella procesión maravillado. ¿Cómo era posible que tanta belleza pudiera brotar de aquel fango? ... "Gracias, Señor, por dar a los flagelados de este slum tanta fuerza para creer en ti y para amarte", se decía Lambert, escuchando aquel concierto de voces que aclamaban el nombre de Alá" (pp.138-139).

Cuando muere Ram Chandler, el amigo de Hasari, víctima de vivir en la calle durante el terrible invierno bengalí, se organizan los ritos funerarios, que son otro motivo de fiesta. "Era como ir a la fiesta de Durga, sólo que no llevábamos al río sagrado una estatua de la divinidad, sino el cadáver de nuestro amigo. Necesitábamos más de una hora para cruzar la ciudad de este a oeste, y durante este tiempo nos dedicamos a cantar himnos. Los versículos procedían de la Gita, el libro sagrado de nuestra religión. Todos los hindúes los aprenden de labios de sus padres cuando son niños. Cantan la gloria de la Eternidad" (p.171).

En el capítulo 30 se narra la fiesta de Diwali, "la fiesta hindú de las luces, que se celebraba en el curso de la noche más negra del año... en este país donde todo es mito y símbolo, significa la victoria de la luz sobre las tinieblas. Las iluminaciones conmemoran una de las mayores epopeyas del Ramayana, el retorno de la diosa Sita... en Bengala se cree también que las almas de los difuntos comienzan su viaje en esta época del año, y se encienden las lámparas para indicarles el camino... para los habitantes de la Ciudad de la Alegría es sobre todo la esperanza al final de la noche" (p. 179)

En el capítulo 33 le toca el turno a la fiesta de la Durga, "la diosa victoriosa de los demonios del mal y de la ignorancia, la esposa del dios Shiva, la hija de los Himalayas, la reina de las múltiples encarnaciones...Una vez al año, al término del monzón, los ocho millones de hindúes que hay en Calcuta conmemoran esta victoria con una fiesta de cuatro días cuyo esplendor y fervor probablemente no tiene igual en el resto del mundo. Cuatro días de regocijo durante los cuales la ciudad se convierte en una ciudad de luces, de alegría y de esperanza" (pp. 205-208).

Lambert en un principio, se escandaliza del derroche ante tanta miseria, pero según el narrador, "se equivocaba. Su reacción de occidental racional le hacía omitir lo esencial. Olvidaba en qué ósmosis vivía aquel pueblo con sus divinidades, y qué papel representaban estas en su vida de todos los días" (p.209).  "La fiesta que, por espacio de un día o de una semana, los arrancaba de la realidad; la fiesta por la cual las gentes se endeudaban o se privaban de comer a fin de comprar a su familia vestidos nuevos destinados a honrar a los dioses; la fiesta como vehículo de la religión, mejor que cualquier catecismo, y que encendía los corazones y los sentidos por la magia de sus cantos y el ritual de las largas y suntuosas ceremonias litúrgicas. ¿Qué importaba que unos vividores se quedasen con su diezmo a costa del sudor y del hambre de los pobres?" (p. 211) "Hindúes, sijs, musulmanes, budistas, cristianos, estaban fraternalmente unidos en un mismo sueño... Paul Lambert recordó unas palabras del profeta Isaías: "Las oraciones de los pobres y de los huérfanos nunca ascienden hasta mí sin recibir respuesta" (p. 213) .

En el capítulo 42  asistimos a las fiestas del Viswakarma, el dios del pan, otro dios del panteón hindú, otra festividad religiosa en la que se vuelcan los desheredados. "Sin ofender a Viswakarma, el dios que da el pan, ellos eran los verdaderos condenados de la tierra, los forzados del hambre. Y, sin embargo, con qué ardor y qué fe honraban todos los años a aquel dios, y pedían su bendición para las máquinas y las herramientas a las que estaban encadenados" (p. 267).  Lambert se pregunta a veces por qué no se emplea tanta energía y devoción en cambiar las condiciones de vida. Pero Hasari y los demás emplean toda su fe en decorar sus rickshaws como si fueran altares.  "¡Qué grandioso es nuestro dios, qué poderío demuestra!" (p. 271). "Con un dios como aquél por protector, ¿cómo no iban a ser los pobre carritos como carros celestiales? ¿Y caballos con alas los infelices que tiraban de ellos? Hasari y su familia se postraron ante la divinidad" (p.271)

Hasari, como todos los demás, no le teme a la muerte. "La muerte no me da miedo. Lo he pasado tan mal desde que salí de mi aldea, que estoy casi seguro... --vaciló otra vez--, casi seguro de que mi karma hoy es menos pesado, y que me hará renacer en una encarnación mejor". "Lambert había oído a menudo esas palabras de esperanza en las confidencias de los moribundos a los que había asistido en el slum. Aquella noción ejercía sobre ellos un efecto apaciguador" (p.406)

Las representaciones religiosas también cumplen su función catártica. La epopeya del Ramayana es representada por compañías ambulantes que sobre unos tablados hacen soñar con el poder de la ilusión que genera el teatro. "La grisura, el barro, el hedor, las moscas, los mosquitos, las cucarachas, las ratas, el hmabre, la angustia, las enfermedades, la muerte parecían haber desparecido. Había vuelto el tiempo de soñar. Con los ojos desorbitados, con los descarnados cuerpos sacudidos por la risa o por el llanto, los emparedados vivos de la Ciudad de la Alegría recobraron las mil fantasías y los dramas del viejo cuento popular que había forjado su manera de ser... Durante horas, sentados sobre los talones, con los ojos entronados, estos desheredados de la fortuna cambiaban su dura realidad por unos gramos de ensueño" (pp. 416-19)

Los cristianos tambien tiene su fiesta en Calcuta. Aunque estuviesen en minoría, "el nacimiento de Jesús era allí celebrado con tanta devoción y fasto como el de Krishna, de Mahoma, de Buda, del gurú Nanak de los sijs o de Mahavira, el santo de los jainitas. Navidad era una de las quince o veinte fiestas religiosas de esa ciudad loca de Dios que era una macedonia de creencias" (p. 462).

Así es, en la Ciudad de la Alegría todo se ve dispuesto y ordenado por Dios. Hasari entrega su hija para casarse, y esta lo acepta, educada en la sumisión. "Amrita había sido adiestrada desde su más tierna edad a renunciar a sus aficiones y a sus juegos para servir a sus padres y a sus hermanos, lo cual había hecho siempre con una sonrisa... Hasari dirá un día a Lambert: "Mi hija no me pertenece. Sólo me ha sido prestada por Dios hasta su boda. Pertenece al hombre que será su marido" (p. 408).

El narrador, al igual que Lambert, va entrando y aceptando el mundo de las costumbres religiosas del slum, hasta el punto que llega a justificarlo todo. "La costumbre india exige que una muchacha se case en general mucho antes de la pubertad, y de ahí esas bodas de niños que parecen tan bárbaras a los occidentales insuficientemente informados. Porque solo se trata de un rito. La verdadera boda se celebra más tarde, sólo después de las primeras reglas" (p.408). Lambert no sólo es consiente esta costumbre, sino que llega a hacer de alcahuete de un leproso para que pueda comprar a su esposa y participa como padrino de boda. "El francés vivía una fantástica lección de esperanza, maravillado de que tanta vida y tanta alegría pudieran surgir de una abyección semejante" (p. 280).

La religión, pues, cumple con su poder anestésico, balsámico, catártico. Proporciona consuelo en la miseria, esperanza en la desolación, alegría en la degradación, dignidad en la abyección. Es la tabla de salvación de los náufragos, el salvavidas de los despojados y los desheredados. Este poder de la religión como instrumento de cohesión y calma individual y social en medio del caos y la injusticia es al que Lambert, el narrador del libro y el propio Lapierre van agarrándose a lo largo de la narración parar sobrevivir a tanta desgracia.

Pero la religión tiene su cruz, y esas dudas también aparecen de vez en cuando a lo largo del libro. Es motivo de parálisis social, de inactividad ante la injusticia, de inacción y distracción ante la tragedia. En el libro queda bien claro su función de opio de los desfavorecidos, de ilusión de los desamparados. Es un instrumento de perpetuación de tradiciones inhumanas y de mantenimiento de las castas, de la sumisión de la mujer y conformismo con el sistema. Sacia el hambre de irrealidad y esperanza del ser humano, y por ello es necesaria en lugares como el que slum, pues la realidad no deja otra salida. ¿O sí la hay, pero la religión pone un velo e impide verla? Es una pena que el libro no apunte más en la dirección señalada por el obispo brasileño Helder Camera, que también aparece en el libro: "Nuestros actos de ayuda hacen a los hombres aún más necesitados excepto si van acompañados de actos destinados a extirpar la raíz de la pobreza" (p.58)

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(1) En el documental de la BBC sobre la madre Teresa (Hell's Angel) podemos ver el cartel que preside la sala donde están los moribundos: " I am on my way to Heaven". En esta documental se insiste que por encima de la rigurosidad en las condiciones sanitarias o el uso de paliativos está el amor de Dios y la aceptación del sufrimiento como puerta hacia el cielo.


Qué fue de la Ciudad de la Alegría (EL PERIÓDICO)

Un homenaje a la Ciudad de la Alegría (EL PAÍS)

La Ciudad de la Alegría de Calcuta no pierde la sonrisa (LA VANGUARDIA)

Enlace a la película de Roland Joffé

Enlace al documental Calcuta de Louis Malle







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