domingo, 27 de agosto de 2017

La Leyenda Dorada de la Filosofía

Giménez Gracia, F. 2004 (2ª ed.). La Leyenda Dorada de la Filosofía. Ediciones Libertarias/Prodhufi

Melancolía filosófica, pulmonía racionalista, pulmonía empirista, luxación metafísica....estos son algunos de los diagnósticos realizados por Giménez Gracia para explicarnos las muertes de los filósofos. La idea de arrancar a partir de aquí, de la forma en que murieron los filósofos, es original y divertida, y muy bien traída, pues uno de los principales objetivos de la Filosofía ha de ser ayudarnos a comprender y enfrentarnos con la Muerte. El objetivo principal de libro, que no es otro que hacer atractiva la Filosofía a estudiantes e interesados en la materia, está conseguido. Su lectura es fluida, ingeniosa, plagada de anécdotas, y está concebida como un diálogo en el que el autor conversa con su mujer, su padres y otros amigos y conocidos. .

El autor, como él mismo dice al final del libro, se desnuda y no oculta sus preferencias, y esto es lo que lo hace atractivo, pues lo personaliza, le da sabor, y hace más comprensible la obra de cada filósofo, mucho más que si se tratase de un manual objetivo o aséptico. Cuando además uno comulga con la selección realizada, como me ha ocurrido a mi, pues lógicamente gusta más todavía: el autor no oculta sus preferencias por los presocráticos, los empiristas ingleses, Schopenhauer, Nietzsche o Russell, y se pone a gusto azotando a la Escolástica y la unión de Filosofía y Religión durante la Edad Media, ninguneando a algunos como San Agustín, que se queda con la cara a cuadros. Lógicamente siempre se echan en falta algunos y habría gustado más crítica con otros. Por ejemplo, yo habría sido más crítico con Platón, habría dedicado algún capítulo a los estoicos posteriores a Zenón (especialmente Séneca, cuya muerte también habría dado mucho juego en el libro), y por supuesto, uno completo a Spinoza. Pero claro, esto es como cuando cada aficionado al fútbol se empeña en crear la alienación favorita de la selección, momento en el que todos nos creemos más listos que el seleccionador nacional.

El humor acompaña al libro de principio a fin, y en este caso son los psicopedagogos el chivo expiatorio. Se les hace bullying de principio a fin, y las criaturas terminan molidas a palos. Pero así es el humor, y el autor ha hecho terapia personal al escribir el libro, pues posiblemente haya vivido en sus propias carnes, al haber sido docente, la disparidad tan grande que a veces se produce entre la teoría y la práctica, entre una teorización tan alejada a veces de la realidad como la de la Pedagogía y una ocupación tan pegada a la tierra como la docencia.

Pero hay algo del libro que no me ha gustado, que he dejado para el final. Se trata de algo ajeno al cuerpo central del libro, que incluso puede verse como una digresión anecdótica, pero que, como soy docente, no he podido dejar pasar. Esta digresión se produce en el capítulo dedicado a Carlos Marx y ocupa no más de dos páginas (292 y 293).

Aquí discrepo por completo con Giménez Gracia, en la visión apocalíptica que hace del sistema educativo estatal:

"A la escuela moderna se va a ver la tele, a jugar con los ordenadores, a ponerle alpiste a un periquito-a en el "taller de ciencias naturales lúdicas no sexistas" y a dibujar "mapamundis" del barrio en la clase de "Conocimiento del medio". En la escuela moderna el alumno no aprende nada, porque si aprendiera algo eso supondría una intolerable violación de su prístina naturaleza. En la escuela moderna se ha abolido la autoridad del profesor y ahora el mando lo ejercen los alumnos más necios, sinvergüenzas y crueles, que los hay a puñados y desde bien jovencitos. En la escuela moderna, cuando un alumno se caga en la silla del profesor, el culpable, siempre, ha sido el profesor, que no ha sabido motivarle lúdicamente para que el alumno saque a la superficie sus valores innatos de "higiene solidaria y no sexista". Todo esto, naturalmente, ocurre en la escuela estatal, aquella a la que van los hijos de los obreros (p.293)".

Desde mi punto de vista, se trata de un retrato distorsionado y tremendista de nuestras aulas. Un retrato que desgraciadamente, aparece con frecuencia en muchos medios, sobre todo los que quieren favorecer la privatización de la enseñanza, y que no es verdadero en absoluto. Gracias a la labor diaria del profesorado, en las escuelas e institutos sí hay enseñanza y aprendizaje. Por supuesto que los recortes y la incapacidad de los políticos para crear un sistema educativo consensuado lastra esta labor. Por supuesto que el ejercicio de la docencia es arduo y difícil, aún más en los tiempos en los que vivimos de constante revolución tecnológica, acceso instantáneo a los deseos, consumismo, individualismo, falta de autoridad de los padres y desestructuración de las familias. Por supuesto que la enseñanza secundaria de la escuela pública ya no es un lugar selectivo como el antiguo Bachillerato, donde iban sólo los elegidos, sino que se ha tenido que amoldar a los tiempos y universalizar la educación hasta los 16 años, y acoger a todas las clases sociales, capacidades y etnias. Pero esta labor diaria, que sin duda es más complicada que antes, lo es por todas estas razones, no porque sea más o menos lúdica, no sexista o porque se intente enseñar y aprender utilizando otras metodologías. Y por supuesto, los extremos que se citan en el libro -- que un alumno se cague en la silla del profesor -- son la excepción y no la norma, al menos en mi experiencia.

A continuación, el autor realiza una apología de la enseñanza privada:

"Quien puede pagarlo envía a sus hijos a otras escuelas donde se les exige, se les educa, se les mejora, se les prepara para que disfruten de placeres intelectuales complejos (los derivados de la lectura, o de la contemplación del arte, o del ejercicio de la ciencia) y, sobre todo, se les capacita para que accedan a los mismos puestos privilegiados que ocupan sus papás (p.293)". 

Este párrafo implica que en la escuela estatal no se exige, no se educa, no se prepara para el ejercicio intelectual y no se capacita al alumno para el acceso a profesiones de alta cualificación, acusación totalmente injusta cuando además se hace a costa de ensalzar a la enseñanza privada. Esta enseñanza, desde mi punto de vista, no es que sea mejor, sino que se beneficia de una menor diversidad en las aulas y una procedencia selectiva de su alumnado, que es al fin y al cabo lo que buscan los padres de los que allí los envían, es decir, evitar el roce con la realidad y mantener a sus hijos en una burbuja "incontaminada".

En fin, todo esto es de cualquier forma debatible, opinable, y cada uno puede ofrecer en su libro la versión de la realidad que tiene o le proporciona su ideología. Pero lo que no es de recibo, y esto ya me parece una distorsión grave de la realidad, es decir que el marxismo es el causante del deterioro del sistema educativo actual:

"Lamentablemente, esta idea de la bondad humana natural ha impregnado todo el pensamiento progresista del siglo XX, y ahora afecta de modo muy particular a la mal llamada pedagogía que infecta nuestras escuelas, que se ha convertido en la heredera de todos los disparates revolucionarios. El lema marxista "¡De cada cuál según su capacidad; a cada cuál según sus necesidades!" se ha convertido en el dogma principal de nuestro sistema educativo... total, que el marxismo... ahora es el inspirador de unos sistemas educativos que han convertido las aulas de los hijos de los obreros en un instrumento de perpetuación de su situación de marginación social y cultural" (pp. 292-293).

Al marxismo se le podrá acusar de muchas cosas, como de hecho se hace, pero esta última ya es lo que le faltaba. Respetamos que Giménez Gracia abomine de nuestro sistema educativo, pero por favor, que busque los culpables "ideológicos" en otro lugar: en la Psicología (en Vigotsky, en Bruner, en Piaget) o en la Pedagogía (el aprendizaje significativo de Ausubel, el constructivismo basado en la Psicología). Ninguno de estos autores tiene ningún conexión, al menos directa, con el marxismo.

Es cierto que el marxismo hunde sus raíces en el pensamiento de Rousseau, que supuso, según Bertrand Russell en su libro "History of Western Philosophy" (libro que recomienda Giménez y yo también) el caldo de cultivo de ideologías utópicas como el marxismo o el nazismo. Es cierto que Rousseau fue, junto con Descartes, uno de los cimientos de la doctrina de la "tábula rasa", que según Pinker, ha marcado la agenda de las humanidades de las ciencias sociales y las humanidades durante el siglo XX, y entre ellas también, la Psicología y la Pedagogía. Pero este paradigma, al que sí se le puede atribuir muchas de las bases ideológicas de nuestros sistemas educativos, es algo mucho más extenso y de lo cual el marxismo es sólo un producto más.


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Pinker, S. 2002. The Blank Slate. Penguin

Russell, B. 2005. History of Western Philosophy. Routledge


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