Unamuno, Miguel de. 1982. Niebla. Ediciones Orbis.
Decía Isaiah Berlin que los hombres se dividen en dos: los zorros y los erizos, siguiendo la frase de Arquiloco "el zorro sabe muchas cosas, pero el erizo sabe una gran cosa". Los erizos tiene una visión centrada y sistematizada de la realidad, mientras que los zorros tienen una visión dispersa, múltiple y contradictoria. Si alguien es un ejemplo perfecto de zorro, ese es Unamuno. Tanto él como su personaje Augusto, personaje central de la novela Niebla, son un cúmulo de contradicciones, una personalidad múltiple que no es capaz de comprenderse a sí misma. Dice Unamuno en un ensayo sobre Pirandello: "Otra de las concepciones que ese yo incógnito sembró en Pirandello y en mí fue el modo de ver y desarrollar las personalidades históricas -- o sea, de ficción -- en flujo vivo de contradicciones, como una serie de yos, como un río espiritual. Todo lo contrario de lo que en la dramaturgia espiritual se llama un carácter. "No logro definirle a usted", me dijo una vez un teólogo. Y le contesté: "Afortunadamente para mí, pues si usted u otro lograra definirme, es que me habría muerto yo ya" (1). Como diría Walt Whitman, Unamuno "contenía multitudes".
Este principio de incertidumbre ante sí mismo y la realidad es la característica que más me llama la atención de Unamuno, su decisión de vivir en una continua duda a pesar de que ello le aportara angustia y desasosiego. La religión aparecía ante sí continuamente ofreciéndole el espejismo de la fe y la certeza en algo seguro a lo que agarrarse, pero su razón le impedía una y otra vez optar por el camino fácil. Como dice D.L.Shaw, "En diferentes momentos, Unamuno pasó por alternativas de acezante angustia y de readquisición temporal de la confianza religiosa. La más importante de ellas fue la "feliz incertidumbre", que es un intento de volver la angst contra sí mismo y verla como un estado espiritual positivo en vez de negativo" (2). Esta forma inquieta e inquietante de ver la realidad le llevó a posturas opuestas frente a acontecimientos trascendentales, como sus diferentes opiniones frente al golpe militar de 1936, reflejado en la película Mientas Dure la Guerra, de Amenábar. El estreno reciente de esta película me ha llevado a releer Niebla.
Niebla es un ejemplo paradigmático de metaficción: el juego de la ficción consigo misma, difuminando las fronteras entre ésta y la realidad, de forma que la realidad se introduce en la ficción y la ficción en la realidad, algo que ya hizo Cervantes en el Quiote, o siguen haciendo escritores como Javier Cercas o Paul Auster. Dice Unamuno en el mismo ensayo citado previamente:
"Y he encontrado en Pirandello otra expresión que me parece característica, y es la de que esos seres históricos que los hombres empíricos y fisiológicos llaman de ficción son acaso menos reales, pero más verdaderos. ¡Menos reales, pero más verdaderos! ¿Y qué es la realidad? ¿Qué es verdad? ¿Hay una realidad no verdadera? ¿Hay una verdad no real? Es todo el problema del arte y todo el problema de la filosofía. Es el problema de la historia... "Realidad deriva de "real" y "real" de res, cosa. Suele contraponerse a lo real lo ideal y a la realidad la idealidad. ¿Pero es que las ideas no son tan verdaderas como lo que llamamos cosas? Más verdaderas por ser más duraderas. Y aun la verdad de las cosas está en su idealidad" (3).
La niebla de la novela es la difusa frontera entre la ficción y la realidad. El personaje Augusto Pérez tiene mucho de Segismundo, pues constantemente duda si vive en un sueño o en la realidad: Le dice a su perro Orfeo antes de irse a dormir: "Ay, Orfeo, Orfeo, esto de dormir solo, solo, es la ilusión, la apariencia; el sueño de dos es ya la verdad, la realidad. ¿Qué es el mundo real sino el sueño que soñamos todos, el sueño común?" Y cayó en el sueño" (p.95). A su vez, Orfeo (pues el perro también piensa, como el perro de Auster en Timbuktú), antes de morir, hace una reflexión similar, pues la muerte al fin y al cabo, es también una especie de sueño: "Siento que mi espíritu se purifica al contacto de esta muerte, de esta purificación de mi amo, y que aspira hacia la niebla en que él al fin se deshizo, a la niebla que brotó y a que revirtió -- Orfeo siente venir la niebla tenebrosa..." (p.235). Venimos de la niebla, vamos a la niebla, vivimos en la niebla. Esa bruma constante, esa falta de luz y claridad, que es la misma de la que habla Esquirol en su libro La Penúltima Bondad, es nuestro estado natural.
Una forma de escapar a la angustia que produce esa niebla, se encuentra en el consuelo de la religión, bajo el que Unamuno se vio tentado a buscar cobijo durante toda su vida. Tal y como le dice a Augusto su amigo Don Ávito Carrascal, profundamente consternado por la muerte de su hijo, la vida es un constante ir de la ilusión al desengaño, y finalmente para él el único refugio es la religión: "No hay más que dos legados: el de las ilusiones y el de los desengaños, y ambos sólo se encuentran donde nos encontramos hace poco: en el templo... Porque la ilusión, la esperanza, engendra el desengaño, el recuerdo, y el desengaño, el recuerdo, engendra a su vez la ilusión, la esperanza... No hay presente posible, no hay ciencia ni realidad que valgan para mí; no puedo vivir sino recordándole o esperándole. Y he ido a parar a ese hogar de todas las ilusiones y todos los desengaños: ¡a la iglesia!" (p.99). En el templo no hay bruma ni niebla, de la misma forma que en el mundo platónico de las ideas, que es lo mismo: el cielo claro y diáfano inventado por Platón. El perro Orfeo ve así este cielo, con la misma ironía con la que podría verlo Diógenes el cínico (o el perro):
"¡Pobre amo mío! ¿Qué será ahora de él? ¿Dónde estará aquello que en él hablaba y soñaba? Tal vez allá arriba, en el mundo puro, en la alta meseta de la tierra, en la tierra pura toda ella de colores puros, como la vio Platón, al que los hombres llaman divino; en aquella sobrehaz terrestre de que caen las piedras preciosas, donde están los hombres puros y purificados bebiendo aire y respirando éter... Allí, en el mundo puro platónico, en el de las ideas encarnadas, está el perro puro, el perro de veras cínico. ¡Y allí está mi amo!" (p.235).
El lenguaje, que podría ser otra forma de dar claridad a la niebla, no hace más que aumentarla. Podría ser el instrumento para aclarar ideas y comunicarnos con propiedad, pero no consigue otra cosa que hacer la niebla aún más espesa, pues es la fuente de todas las mentiras (ver Valverde y Watzlawick). Piensa Augusto, refiriéndose a Rosario: "
"La he estado mintiendo y he estado mintiéndome. ¡Siempre es así! Todo es fantasía y no hay más que fantasía. El hombre en cuanto habla miente, y en cuanto se habla a sí mismo, es decir, en cuanto piensa sabiendo que piensa, se miente. No hay más verdad que la vida fisiológica. La palabra, ese producto social, se ha hecho para mentir. Le he oído a nuestro filósofo que la verdad es, como la palabra, un producto social, lo que creen todos, y creyéndole uno se entiende. Lo que es producto social es la mentira... No hacemos más que mentir y darnos importancia. La palabra se hizo para exagerar nuestras sensaciones e impresiones todas... acaso para creerlas... Nadie sufre ni goza lo que dice y expresa, y acaso cree que goza y sufre, si no, no se podría vivir" (p.131-2).
Al no encontrar salida alguna para su desesperada situación, Augusto visita a Unamuno, que se convierte así en otro personaje de ficción dentro del libro. Se produce entonces un enfrentamiento único, entre el autor y su personaje, que no tiene salida alguna salvo el suicidio. "No quiere usted dejarme ser yo, salir de la niebla, vivir, vivir, vivir, verme, oírme, tocarme, sentirme, dolerme, serme. ¿Conque no lo quiere? ¿Conque he de morir ente de ficción? Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se volverá a la nada de la que salió... ¡Dios dejará de soñarle!" (p.216). No hay salida a la niebla, pues lo que llamamos realidad es también una ficción.
Aunque quizás sí la hay. En un rincón de libro, aparece oculta la que es quizás la única salida. La da Víctor, el amigo íntimo de Augusto y el prologuista de Niebla: la aceptación de la realidad a través de la risa, el humor y la carcajada sin sentido. Cuando Augusto está destrozado por lo que le ha ocurrido con Eugenia, se burla de su estado: "Y ¿por qué no me he de burlar? ¡Tú, querido experimentador, la quisiste tomar de rana, y es ella la que te ha tomado de rana a tí! ¡Chapúzate, pues, en la charca, y croar y a vivir!" (p.201). Augusto le recrimina que se burle de él de esa forma tan corrosiva y Víctor le contesta: "Y hay que corroer. Y hay que confundir. Confundir sobre todo. Confundir el sueño con la vela, la ficción con la realidad, lo verdadero con lo falso; confundirlo todo en una sola niebla. La broma que no es corrosiva y contundente no sirve para nada. El niño se ríe de la tragedia; el viejo llora en la comedia. Quisiste hacerla rana, te ha hecho rana; acéptalo, pues, y sé para tí mismo rana" (p. 201-2). Quizás sea esta la principal labor del escritor: ser creador de bruma y de broma, provocador de cínicas carcajadas, instigador de dudas, hacedor de niebla.
MORIR SOÑANDO
Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
(Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX,
«La tranquillité»)
Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:
¿aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
-cielo desierto- del eterno Dueño?
mon destin est de mourir en rêvant.
(Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX,
«La tranquillité»)
Morir soñando, sí, mas si se sueña
morir, la muerte es sueño; una ventana
hacia el vacío; no soñar; nirvana;
del tiempo al fin la eternidad se adueña.
Vivir el día de hoy bajo la enseña
del ayer deshaciéndose en mañana;
vivir encadenado a la desgana
¿es acaso vivir? ¿y esto qué enseña?
¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:
¿aprender lo que al punto al fin se olvida
escudriñando el implacable ceño
-cielo desierto- del eterno Dueño?
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(2) Shaw, D.L. Historia de la Literatura Española (tomo 5). Ariel (p.263)
(3) Ibid, p. 84.
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