jueves, 21 de noviembre de 2019

Intemperie


Carrasco, Jesús. 2013. Intemperie. Seix Barral.

Hay libros y películas cuya intención no es captar esa "segunda realidad" donde habitan nuestras ensoñaciones e ilusiones, como vimos en Portrait of Jennie, sino todo lo contrario: se empeñan en atrapar la "primera realidad" en su más extrema crudeza, poniendo el énfasis en sus aspectos más terribles y sórdidos, reflejando el sufrimiento y la miseria, nuestros instintos primarios, nuestras vísceras y hedores, la lucha brutal por la supervivencia. En nuestra literatura el Realismo ha ocupado siempre un lugar preponderante, y ya desde la picaresca se ha encargado de retratar la realidad más sangrante, que aún lo es más cuando es la infancia la que la sufre y sobrevive en el despiadado mundo de los adultos. En otras latitudes, pocos se han preocupado más de transportar esa realidad al papel que Charles Dickens, con sus realistas descripciones del sufrimiento de los niños en la era de la Revolución Industrial. En el cine, el neorrealismo italiano dejó obras maestras como Ladrón de bicicletas o en la actualidad lo siguen haciendo películas como Capharnaum.

Ese realismo llevado a límites que algunos pueden calificar de lacrimógenos por un lado o pornográficos por otro, fue tensionado y exprimido en nuestra literatura de posguerra por una corriente que vino a llamarse tremendismo, cuya obra más representativa fue La Famila de Pascual Duarte de Cela. En ella abundan los seres marginales, objeto de una profunda injusticia o vejación, determinados por sus condiciones sociales, en muchos casos con defectos psíquicos o físicos, víctimas de la violencia y de circunstancias atroces que les empujan a vivir en un mundo casi animal y donde las necesidades primarias y básicas son la urgencia inmediata. En este sentido también se incluyen algunas obras de Delibes como Los Santos Inocentes.

Este es el marco donde se inscribe Intemperie. Apenas hay diálogo (hay solo dos diálogos de pocas líneas en toda la novela), pues el lenguaje es un artificio que suplanta la realidad y solo hay que utilizarlo lo justo y necesario para la supervivencia. Es lo contrario de lo que Unamuno quería hacer en sus nivolas, basarlas por completo en el diálogo (ver la entrada sobre Niebla). Aquí no hay niebla, ni bruma, ni límites imprecisos entre ficción y realidad. Aquí hay un sol abrasador que castiga permanentemente, una luz cegadora por su claridad excesiva; no hay duda de la realidad porque el sufrimiento extremo es la más palpable prueba de que algo es real. Los dos protagonistas, el niño y el cabrero apenas hablan, solo con frases cortas y necesarias: "la manta", "a cenar", "atiende".. Los dos protagonistas no tienen nombre, porque los nombres también son algo superfluo, una etiqueta, una careta, una ficción, un personaje que se superpone a nuestra real identidad: a la hora de sufrir, de pasar hambre y sed, todos somos iguales, no hay nombres propios, solo el nombre común de humanos.

En la novela hay defecaciones, orines, sudores, olores nauseabundos. El paisaje no puede ser más árido y simple, casi desértico. Los animales son cabras, lagartos, conejos, hurones, sin ninguna connotación mágica ni animista. Las lagartijas de Alfanhuí o de Obabakoak no tienen ningún papel aquí: no destilan pociones mágicas ni se introducen en los cerebros para urdir historias. Aquí no hay realismo mágico ni cuentos de hadas ni huida de la realidad a través de la fantasía. Aquí la única función del animal es, para las cabras, dar leche o para el hurón, atrapar liebres. Hemos visto ya en otros libros la importancia de la imaginación y la fantasía en el mundo infantil como vehículo de comprensión (y huida) de la realidad (como Rabos de Lagartija, por ejemplo, también ambientada en la posguerra).  En Intemperie no hay nada de eso. Los únicos sueños que tiene el niño son pesadillas y solo se permite una ensoñación en toda la novela, que reproduzco aquí porque es la única concesión a la fantasía:

"A medida que amanecía se empezaron a distinguir los montes al fondo. La llanura como un mar que se detenía al pie de las elevaciones del norte. En aquel momento, solo un trampantojo acuoso. Una empalizada, un hito o el recuerdo de que podría existir un lugar en el que respirar mejor. La visión brumosa de aquellas montañas le producía una atracción magnética. Se imaginó a sí mismo al final de la llanura, justo al pie de las primeras estribaciones. Le acompañaban el cabrero y los animales...en su ensoñación, el rebaño había crecido y se esparcía a lo largo y ancho de una meseta verde y fragante. Hacia el norte, las montañas seguían ganando altura... desde su atalaya de abundancia, convocaría a los ángeles y los arcángeles para que llevaran a su pueblo la lluvia que devolviera a los trigales la fertilidad perdida. Regresarían los hombres y sus familias, ocuparían sus antiguas casas y el silo se llenaría de nuevo. Todos nadarían ahítos de riquezas, el alguacil recibiría sus tributos y nadie más volvería a acordarse del niño desaparecido" (p.164).

Este es el único instante de ilusión o alucinación en la novela, pero enseguida se produce la vuelta a la realidad: raíces para alimentarse, orín para desinfectarse, hormigas cubriendo los cadáveres, moscas, excrementos, un hombre sin piernas y un sol calcinante. Aquí hay un malo muy malo como en El Laberinto del Fauno, pero no hay faunos ni laberintos por donde escapar. El cabrero sí tiene una vía de escape: su biblia, pues es un hombre religioso. Pero el niño no tiene ni eso. Cuando el cabrero le propone volver para enterrar el cadáver del lisiado porque "también él es hijo de Dios", el niño le responde: "Quiere que muramos, el hijo de Dios" (p.162). La religión solo le recuerda al cura sobre el púlpito, "la casulla amarillenta, el dedo en alto, la curvatura de su vientre y su saliva lloviendo sobre los feligreses. El justo y el fariseo, el sabio y el necio, el manso y el sátrapa, la meretriz y la madre. Las categorías con las que se tejían, al parecer, los designios del Señor y sus opuestos. Sermones que no le iluminaban. Pensó que el infierno que le esperaba al final de sus días no debía de ser muy diferente del sufrimiento en el que vivía. Que aquel pozo flamígero, cargado de almas negras, bien podría ser el llano con su caterva de mezquinos" (p.154). Todo es infierno y Dios no supone ninguna esperanza, pues es al fin y al cabo el creador de todo esto:

"Luego volvió a la puerta y allí permaneció mientras duró la lluvia, mirando cómo Dios aflojaba por un rato las tuercas de su tormento" (p.221).

Esa es la única esperanza proveniente del cielo: un respiro de un rato. Y esta es la única salvación real a la que agarrarse:  la solidaridad humana basada en la dignidad y la confianza mutuas.

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Reseña (REVISTA DE LETRAS)

Reseña (LA PIEDRA DE SÍSIFO)

Entrevista (ABC)

Entrevista en YOUTUBE

Benito Zambrano ha realizado una película basándose en la novela:


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