lunes, 18 de noviembre de 2019

Portrait of Jennie


Diertele, William. 1948. Portrait of Jennie

Si estamos dispuestos a atravesar el difuso límite que separa la ilusión de la realidad y entrar en la mente de un artista obsesionado por encontrar el ideal de belleza y plasmarlo en un lienzo, éste es el lugar, esta obra maestra de William Diertele y David O. Selznick. Sólo Eben Adams, el pintor interpretado por Joseph Cotten, ve a Jennie Appleton, una joven que murió hace unos años y que a él se le aparece en distintos lugares pasando de niña a mujer (personaje que encarna Jennifer Jones). Para él es una persona de carne y hueso de la que se enamora, que le deja pruebas incontestables de su existencia como un pañuelo de recuerdo, que le besa, que le sirve de modelo para su mejor cuadro. Para todos los demás, incluso su mejor amigo (David Wayne) o su admiradora mentora (Ethel Barrymore) es solo una ilusión creada por su necesidad de buscar la belleza y la inspiración. Para Eben es real, para los demás, un fantasma imaginario. 

El espectador lo ve todo a través de los ojos de Eban, y debe estar dispuesto a viajar en el tiempo, aceptar lo inverosímil y rendirse a la belleza de un amor capaz de vencer la realidad, haciendo posible lo imposible. Una interpretación inolvidable y una bellísima fotografía en blanco y negro con el más hermoso Manhattan que haya visto el cine hacen posible esta pirueta de la imaginación y que podamos permanecer al lado de Joseph Cotten sin tomarlo por loco ni a Jeanne Simmons por un espectro. Pocas veces podemos ver lo irreal hecho realidad de una forma más convincente. Viendo la película somos testigos de que el hambre de irrealidad, el deseo de belleza e idealidad, la necesidad de amor y sentido son tan fuertes en el ser humano que éste es capaz de vivir como absolutamente real aquello que está tan solo en su mente, sin que por ello pierda la cordura, sino que encuentre la paz. 

El arte es una de las maneras de transitar por ese camino. Uno de sus objetivos es sublimar la realidad y, a través de la ilusión, crear un mundo ficticio donde la belleza y la bondad existen, al menos por un tiempo. ¿Debe considerarse entonces una vía de escape de la realidad? ¿No debería ser el arte una vía para conocerla mejor, en vez de para huir de ella?  Ambas funciones son necesarias y ciertas, y el arte puede servir para las dos cosas. Lo cierto es que el ser humano necesita vías de escape, porque, como dijo T.S.Eliot, no puede soportar tanta realidad. El arte es uno de esos atajos, permitiendo vivir la ensoñación como si fuera real. Al fin y al cabo, se nutre del material del que están hechos los sueños. 

No es de extrañar que esta película fuera la favorita de Luis Buñuel, pues tiene una relación directa con el Surrealismo, movimiento cuya principal misión era trascender la realidad basándose en nuestro mundo onírico, nuestros impulsos imaginarios e irracionales. De la misma forma, también podemos relacionar la película con el Impresionismo, por su reacción contra el realismo y el racionalismo y su apuesta por las  sensaciones, los sentimientos y las emociones. Y por supuesto, en último término, con el Romanticismo, por la importancia concedida a lo trascendental y sobrenatural, la inspiración y el subjetivismo.

Todos estos movimientos culturales, artísticos, literarios o cinematográficos tienen en común su intento de plasmar una "segunda realidad" que va más allá de la que aparece de forma directa y material ante nuestros sentidos. Todos se oponen a lo que se denomina Realismo, o el intento de reproducir de la forma más exacta y objetiva posible la realidad. Esta dicotomía entre fantasía y realidad existe en el cine desde sus comienzos, representada por Mélies y los Hermanos Lumiére, respectivamente (ver entrada sobre la película Capharnaum). 

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