viernes, 9 de noviembre de 2018

La Penúltima Bondad


Esquirol, J.M. 2018. La Penúltima Bondad. Acantilado

Josep María Esquirol denomina nuestra realidad como "la de las afueras". El paraíso, tanto el pasado como el futuro, no es más que una ilusión. Nunca fuimos expulsados de él, ni nunca llegaremos a él, puesto que nuestra condición es ésta, imperfecta, ajena a cualquier nostalgia de pasado perfecto o de utopía perfecta en el futuro.

"No sólo jamás ha existido ningún paraíso terrenal, ni va a existir, sino que el imaginario que trabaja en esa dirección acaba siempre por estrellarse y dar pie a lo contrario de lo que esperaba. Queriendo descubrir la plenitud, se produce lo inhóspito. Ni la perfección ni la plenitud son de este mundo. Por eso no hay ni edades de oro iniciales ni utopías que se realicen al final de la historia; ni paraísos perdidos ni avenidas de ciudades felices" (p.10)

Hemos de mirar a nuestra realidad con una mezcla de atención, ingenuidad y bondad. Para poder mirar con atención, necesitamos luz, pero no demasiada, pues puede deslumbrarnos. Hemos de acostumbrarnos a ver simplemente con claridad, amabilidad, sencillez y generosidad, aceptando el misterio y huyendo de la absoluta "transparencia", quizás "la enfermedad de nuestro tiempo" (p.14). La clave de la vida en "las afueras" reside sobre todo en la bondad: "sin la bondad, la oscuridad inundaría un mundo que pronto se precipitaría en el caos abismal" (p.22). Para llegar a ella, lo prioritario es aceptar nuestra condición: "Toda revolución empieza por comprender. Por comprendernos a nosotros mismos; por comprender nuestro mundo, nuestras afueras, nuestra condición" (p.24). Es necesario tomar conciencia de la misma, sentir la vida, "sentirse sintiendo" (p.24).

Los filósofos de referencia de Esquirol son, sobre todo, Martin Heidegger y Emmanuel Lévinas: "el primero cuando pide estar abierto al eco del ser, y el segundo , a la solicitud que viene del otro" (p.20), pero también Henri Bergson, Edmund Husserl, Maurice Merleau-Ponty, Gabriel Marcel, Jean Wahl o Michel Henry o José Ortega y Gasset: "Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo" (1)

La claridad para poder ver bien la realidad tiene que venir del corazón, no solo de los ojos. "Tal vez solo las personas con "buen corazón" son capaces de ver una parte del mundo. Y tampoco hay razón para hacer prevalecer la objetividad --las cosas que se dan delante--. a veces "vemos" mejor el rostro que la cara, es decir, la profundidad de lo humano que el color de los ojos" (p.34). Esta condición nos permite estar abiertos, sensibles y vulnerables. "Los hombres de corazón son los hombres sabios, y  la mejor memoria es la cordial, la del recuerdo, la que se lleva en el corazón" (p.39).

Esquirol hace una apología del deseo, siguiendo a Spinoza: el deseo como fuerza, como voluntad, como generador: "El deseo es deseo de amplificar la vida, de mimarla, de acrecentarla y de amarla... sin deseo, la vida se apaga. Deseo y vida se conjugan juntos. El deseo es la vida viviéndose" (p.58). Esquirol insiste en no confundir el deseo con ansia , agitación o impaciencia. Tal y como nos enseña el epicureísmo, se trata de saber discriminar lo que merece la pena de lo que no:

"Es propio de la vida humana no terminar nunca de coincidir (ni satisfacerse) con el presente. El deseo hace que el presente difiera de sí mismo. El quid de la cuestión consiste en no plantear una alternativa falsa. Si bien es cierto que el anhelo fundamental supone vigilia y tensión constantes, también lo es que se puede disfrutar ya en el presente de unn especie de "suavitas divina", de una bonanza íntima en las cosas más sencillas de la vida, y otras no tan sencillas" (p.68).

Esquirol dedica todo un capítulo a la expulsión del paraíso, que viene relacionada con el hecho de abrir los ojos: "Decir al hombre "no abras los ojos", "no seas lo que eres", es un mandato destinado a fracasar... ahora bien, una cosa es cierta: hay un problema inherente a tener los ojos abiertos. Ser capaz de conocer es una virtud y al mismo tiempo es difícil de asumir... La experiencia del conocimiento es de las más importantes y tiene algo de trágico...Edipo termina viendo demasiado y por eso se arranca los ojos" (p.120). Pero ya no hay vuelta atrás. Hay que seguir por el camino emprendido, y nuestra única salida es "ser todavía más conscientes, abrir los ojos más aún...intensificar la vigilia" (p.123).

Todo esto con respecto a nuestro pasado. Con respecto al futuro, el autor acude a Hegel y Kojêve para hablar del porvenir hipotético en el que se acabará la historia, pues llegaríamos a un paraíso en el que "los seres humanos se transformarían en mansas bestias que pasarían el tiempo entregándose al arte, al deporte y a hacer el amor"(p.77). Esto, que en principio puede parecer ideal, nos aleja de nuestra humanidad y nos retrotrae a nuestra animalidad, según Kojève, pues nos conduciría al tedio, "la mínima vitalidad, la mínima pasión, la mínima ilusión" (p.81): "Se disfruta menos de lo que se obtiene que de lo que se espera, y no se es feliz sino antes de ser feliz...Vivir sin pena no es estado del hombre; vivir así es estar muerto. Aquel que lo pudiera todo, sin ser Dios, sería una criatura miserable, porque estaría privado del gusto de desear" (2) (p.82)

De todo esto concluye Esquirol que no puede haber, por tanto, un estado perfecto o permanente de felicidad (p.91) Está en nuestra condición desear, anhelar, esperar, ilusionarse. Esquirol defiende la esperanza y la ilusión, por eso no es de extrañar que termine el ensayo utilizando el mismo verbo con el que termina Julián Marías su Breve Tratado de la Ilusión: desvivirse. "Paradójicamente, ser capaz de vida es desvivirse... Desvivirse no conduce a aumentar la vida sino a aumentarla. Desvivirse en la pasión del pensamiento y el amor. Ambas pasiones son placenteras y difusivas: anhela amparar y compartir vida" (p.184).

En cambio, Esquirol también afirma que la felicidad es posible, y que está al lado de la generosidad: "Feliz es literalmente el generoso. Felicidad y generosidad son momentos de la misma melodía" (p.95). Una generosidad que es infinita, que no puede ser completada ni acabada, sino que siempre necesita estar activa (de ahí la palabra "penúltima"). Para ello reivindica la figura de Francisco de Asís, "el poeta del hogar humilde y fraterno del llano, de la horizontalidad fraternal" (p.144). Ahí radica la sabiduría: ser consciente de nuestra condición humana, sentir, pensar, generar, dar, darse, amar: ahí está la clave. Personalmente prefiero estos verbos a esperar o desvivirse.

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(1) Ortega y Gasset, J.. 1958. "¿Qué es filosofía?". Revista de Occidente, p.228.
(2) Rousseau, J.J. 2007. Julia, o la nueva Eloísa. Akal

Reseña  (EL CULTURAL)

Reseña (EL PAIS)  

Reseña 2 (EL PAIS)

Reseña (MUNDIARIO)

Reseña (EL PERIODICO)

Entrevista (EL CULTURAL)

Entrevista en TV3 (catalán)





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