Marías, Julián. 2018. (3ª ed). Breve Tratado de la Ilusión. Alianza Editorial.
Ha sido una suerte que Alianza Editorial haya vuelto a editar este libro de 1984, que en algunos aspectos ha quedado desfasado, sobre todo en todo lo referente a los aspectos de género, pues incluye apreciaciones que hoy en día, más de 30 años después, pocos se atreverían a repetir.
Dejando esto atrás, su lectura me ha aclarado un importante matiz de la palabra "ilusión", que desde hace tiempo me venía causando problemas, al notar que su uso tanto en inglés como en francés nunca se encontraba envuelto en la acepción positiva que en español también tiene esta palabra.
La lectura del primer capítulo del libro aclara esta interesante diferencia. En un principio, la palabra "ilusión" en castellano tenía solo el significado negativo: engaño, burla, aprehensión errada, falsa aparición, alucinación, que es el único sentido que sigue teniendo en las demás lenguas: "Con una excepción: en español, desde un momento que será menester precisar, aparece un sentido completamente distinto, positivo, valioso, que alcanza la más alta estimación. Es el que tiene en expresiones como "tener ilusión" por algo o por alguien; hacer una cosa "con ilusión"; una cosa es "hacerse ilusiones" y otra bien distinta "estar lleno de ilusión". No es lo mismo "ilusorio" que "ilusionante"; en nada se parece "ser un iluso" a "estar ilusionado" (p. 17).
A partir de aquí, Julián Marías deja a un lado el significado negativo, y se interesa por el positivo: "esa es la ilusión por la que vale la pena preguntarse" (p. 17). En primer lugar, hace un interesantísimo recorrido filológico por los albores de la nueva acepción, para continuar preguntándose por qué ésta solo aparece en nuestro idioma y llegando a enraizarla con nuestro carácter e idiosincrasia.
El ser humano tiene una condición que Marías califica de futuriza: "siendo real y por tanto, presente, actual, está proyectada hacia el futuro, intrínsecamente referida a él en la forma de la anticipación y la proyección. Esto, claro es, introduce un "irrealidad" en la condición humana, como parte integrante de ella, y hace que la imaginación sea el ámbito dentro del cual la vida humana es posible" (p.43). "La ilusión significa anticipación. Afecta primariamente a los proyectos y, naturalmente, a sus términos. El título de Pedro Salinas, Víspera del Gozo, conviene admirablemente a la ilusión (p.44). Como ejemplo perfecto de esta víspera del gozo, se cita la forma en que es vivida la noche de Reyes Magos en la infancia.
Una definición tan bella, no obstante, contiene el problema de que "el futuro no es real, sino que será; y habrá que agregar: acaso" (p.44). Es por ello que Marías concede que el nuevo significado, el positivo, no se ha desprendido nunca del viejo y el negativo: "Lo que nos ilusiona puede resultar ilusorio; el objeto de la ilusión puede fallar; a la ilusión la acecha la posibilidad de la desilusión" (p. 44)
Una ves definido y acotado el término, el autor analiza en qué consiste esta ilusión y su relación con la imaginación, con la niñez, con la anticipación, con la impaciencia, con la desilusión:
"Ningún goce es comparable al que es cumplimiento de una ilusión... pero la vida no se detiene... como una sombra, se proyecta sobre la ilusión realizada la inquietud por su fugacidad... de ahí que la alegría y la melancolía sean inseparables dentro de la ilusión... por eso la ilusión, lejos de ser un fenómeno psíquico, un mero estado de ánimo, es un acontecimiento dramático de la vida humana" (pp.54-55).
Continúa Marías analizando la relación entre ilusión y deseo, ilusión y vocación, ilusión y amor paterno-filial, ilusión y amistad, ilusión y relación maestro-discípulo, ilusión y belleza, ilusión y enamoramiento, ilusión y futuro, ilusión y pasado, y finalmente, ilusión por lo que el llama el "Gran Ausente" (Dios).
De la misma forma que empieza por una capítulo lingüístico, termina con otro dedicado a la diferencia entre el verbo "ilusionar" o "ilusionarse", que "significa la acción o proceso por los que se llega a la ilusión o se provoca en otro"(p. 146), y aquel otro verbo que indica el estado de la vida del que está ilusionado, dominado por la ilusión: "Es maravilloso que ese verbo exista, y que sea precisamente otro de esos prodigiosos hallazgos de la lengua española, otro de los secretos de esa manera de instalarse y proyectarse que es la nuestra. Ese verbo es el extrañísimo desvivirse" (p.147).
Julián Marías termina uniendo las dos palabras para concluir con una absoluta defensa de ambas: "La forma plena y positiva de desvivirse es tener ilusión: es la condición de que la vida, sin más restricción, valga la pena ser vivida" (p. 150)
Surgen tras la lectura del libro las siguientes preguntas: ¿es realmente posible despojar a la ilusión de su originario sentido negativo? ¿Merece la pena correr el riesgo de la ilusión?¿Debemos confiar en ella y desvivirnos por lo que nos ilusiona? ¿Cuál es la relación entre la ilusión (en el sentido positivo) y la realidad? ¿Hasta qué punto puede esta ilusión alejarnos de la realidad o por el contrario, ser realmente necesaria para enfrentarnos a ella?
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