Los equívocos caminos de la ilusión y la realidad a través de la filosofía, la literatura, el cine, el arte, el periodismo y la ciencia
miércoles, 5 de septiembre de 2018
La Vida es Bella
Benigni, R. 1997. La Vida es Bella.
La realidad es indiferente, no es ni bella ni fea, ni justa ni justa ni injusta, ni cruel ni compasiva, simplemente es. En ocasiones nos parece tan cruel e increíble que nos negamos a aceptarla, como le ocurre a aquellos a los que se les diagnostica una enfermedad incurable (Do No Harm), aquellos a los que le toca vivir una situación especialmente cruel (Shoah), aquellos cuyos deseos o ideales son diametralmente opuestos a lo que les rodea (Don Quijote), aquellos que han sufrido un trauma tan profundo que no pueden salir del abismo en el que entraron (síndrome de resignación) y otros muchos casos.
Es lógico que queramos proteger a nuestros hijos de todas estas situaciones. Es difícil aceptar el sufrimiento, pero menos aún en un niño. Nos resulta impensable e inviable la posibilidad de poner al niño cara a cara con la cruda realidad y comunicarle que no hay salida, que lo que hay es lo que hay. ¿Quién podría ser tan cruel? Esta salida es posible con un adulto, como por ejemplo cuando el médico comunica un cáncer incurable, sin paños calientes. Con un niño esto es implanteable.
El adulto tiene sólo dos formas de enfrentar al niño con una realidad difícil. La primera es no ocultársela, pero mostrarle que hay una salida posible: esta es la vía de la esperanza, aunque sea una falsa esperanza. La segunda es ocultar la realidad directamente, hacerla desaparecer, ponerle al niño una venda en los ojos, engañarle aprovechando la confianza que tiene en nosotros.
Esta es la opción que sigue Guido Orefice, judío, en la película La Vida es Bella, cuando se ve obligado a entrar con su hijo pequeño en un campo de concentración. El padre utiliza la inocencia, la ilusión y la fantasía del niño para engañarle e ilusionarle, haciéndole creer que está participando en un juego en el que debe ganar puntos para obtener un premio final: un carro blindado.
Este falseamiento de la realidad es aceptado y comprendido por cualquiera porque tiene sus raíces en el amor y la compasión. El niño es capaz de entrar en este juego por dos razones: en primer lugar por la confianza absoluta que tiene en el adulto, al que no cree capaz de engañarle, y en segundo lugar porque su pensamiento aún no es racional y está imbuido de magia y fantasía. Si un adulto pudiera ser engañado de tal forma, lo tendríamos por loco (como es el caso de Don Quijote) o por tonto (como es el caso de Sancho).
La Vida es Bella nos resulta tan conmovedora y cercana porque este camino de la ocultación y del engaño ha sido transitado en algún momento por todo padre y madre, que en circunstancias menos extremas por supuesto, intenta alejar siempre que sea posible a su hijo de la dureza de la realidad, para que no sufra. Esto también es lo que se hace a veces con un adulto al que consideramos débil e incapaz de aceptar una situación dolorosa, y le mentimos para aliviarle el dolor (lo que llamamos la mentira piadosa).
Por tanto, las raíces de la ilusión están, a veces, en el amor o la compasión. En estos casos, la ilusión no puede ser despreciada o combatida, sino todo lo contrario.
"La Vida es Bella": Una lectura filosófica
La Vida es Bella: el amor fati de Nietzsche en el cine (pdf)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario