viernes, 3 de abril de 2020

Parásitos


Bong Joon-ho, 2019. Parásitos.

Parásitos es un buen contrapunto a Roma. En la película de Alfonso Cuarón, la clase alta y la clase de los sirvientes están en perfecta conexión y entre ellos se establece una relación de mutua confianza e incluso de amor. Las tensiones y choques violentos en Roma no se dan entre clases, sino entre hombres y mujeres. El universo femenino en Roma trasciende las clases sociales, pertenece a la misma realidad; son los hombre los que viven en un universo diferente.

En cambio, en Parásitos son las clases sociales las que viven en realidades paralelas que se llevan como el agua y el aceite. La relación entre ellas está basada en el engaño y la desconfianza mutuos, es una relación de puro parasitismo. Los ricos necesitan de los sirvientes para sobrevivir, pues son seres inútiles para la vida diaria: no saben cocinar, ni educar a los hijos, ni conducir. Por otros lado, la clase baja necesita del dinero de los ricos para subsistir. La relación entre ambos mundos es de puro uso y consumo; una vez cumplida su misión, se desecha sin más.

Cada clase vive en su burbuja y su realidad, desconociendo por completo la realidad del otro. Las escenas que mejor reflejan este distanciamiento absoluto entre ambas realidades son las de la noche de la tormenta. Mientras que en la casa de los amos la única preocupación es velar por el juego del niño en su cabaña india en el jardín, el barrio de los sirvientes sufre una inundación que hace explotar tuberías y que las aguas fecales inunden los semisótanos de las infraviviendas, provocando que la gente tenga que pasar la noche acogida en polideportivos. Los ricos, mientras tanto, absolutamente al margen e ignorantes de esa desgracia, improvisan una fiesta de cumpleaños en la que los sirvientes han de hacer el papel de indios para entretenimiento de la infancia.

Pero aún hay un tercer mundo, aún más abajo, el de los desahuciados y desposeídos de todo, el mundo de los invisibles, de los que ni siquiera hay noticia de su existencia. Son los últimos parias, los que no tienen derecho alguno, los que se conforman con vivir ocultos con las migajas y los desperdicios de los que están arriba.

Cuando las tres realidades se solapan entre sí más de lo permitido, se pone en peligro el orden establecido y todo se tambalea. Cada uno debe permanecer en su lugar para que la gran maquinaria funcione. Son universos paralelos en los que sus habitantes no conocen nada más allá de su realidad que no sea aquello que necesitan de las otras para subsistir. Es una crítica feroz al sistema capitalista y a la forma en la que éste nos atrapa dentro de nuestra burbuja de realidad sin que nos interese lo más mínimo conocer la realidad en su totalidad, como ya hemos visto en libros como La Sociedad de la Externalización.



Críticas (FILMAFFINITY)


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