domingo, 21 de abril de 2019

Roma


Cuarón, Alfonso. 2018. Roma.

Estamos ante un refrescante y estimulante baño de realidad, como una fuente de agua clara. Es imposible no relacionar esta película con el neorrealismo italiano. En primer lugar, por el título, que aunque hace alusión a un barrio de México DF, nos recuerda necesariamente a la Roma de Rosellini. Será pura coincidencia, pero la asociación de ideas es inevitable. En segundo lugar, su blanco y negro que nos retrotrae al cine de los años 50, la época dorada del neorrealismo. En tercer lugar, el hecho de que su personaje principal sea una actriz absolutamente desconocida, algo que le otorga realismo a la película desde su mismo centro, de la misma forma que hacían aquellas películas italianas, con actores no profesionales. En cuarto lugar, la presencia clave de los niños, característica esencial de aquel cine en películas como Ladrón de Bicicletas. En quinto lugar, el retrato del barrio con su banda de música, su afilador y sus personajes típicos. Y por último, la ternura y cariño con el que están tratados todos los personajes.

Viendo la escena en la que Clea encuentra a su novio Fermín en una inmensa explanada practicando artes marciales, viene inmediatamente a la memoria la explanada abierta en la que se desarrolla gran parte de la película de De Sica Milagro en Milán. Curiosamente, ambas películas tienen otro detalle en común: en la película de Cuarón aparecen constantemente aviones volando en el fondo del plano, y en la película de De Sica son trenes. ¿Otra casualidad? Probablemente, pero es un detalle que añade realismo desde el primer plano hasta el fondo, señalando la diferencia entre el aquí y ahora con respecto a lugares lejanos, idílicos o adonde uno quisiera huir (pero no huye).

El realismo también viene dado por el rodaje en trabajados y deliciosos planos-secuencia que evitan el artificio del montaje. Por ejemplo, los planos-secuencia rodados en la casa, que retratan su espacio, su luz y su volumen de forma magistral, consiguiendo convertirla en otro personaje más. Esos planos-secuencia inundan toda la película, siendo especialmente inolvidable aquel en el que los participantes en una manifestación callejera que vemos desde la planta de arriba de una tienda de muebles suben al interior de la misma, donde continúa la escena sin haber cambiado de plano.

La escena del parto, o aquella en la que Clea se lanza a salvar a los niños en la playa, o en la que Clea busca al niño perdido por el barrio, o la de la colada en la azotea están basadas en otros planos-secuencia que sirven como el mejor ejemplo del realismo más puro llevado al cine. Un cine donde lo cotidiano y lo cercano están retratados con tal ternura y cercanía que no parece que estemos viendo una película, sino la realidad. Ya vimos con Capharnaüm que el cine puede ser lugar de evasión e ilusión o lugar de recreación de la realidad. En esta película estamos ante otro perfecto caso de cine-realidad o cine-verdad.


Reseña (EL CULTURAL)

Reseña (LA RAZÓN)

Reseña (EL MUNDO)

Review (NEW YORK TIMES) 

Cuarón habla de su inspiración para crear Roma 




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