domingo, 21 de julio de 2019

La Felicidad, Desesperadamente


Comte-Sponville. 2001. La Felicidad, Desesperadamente. Paidós.

(2000. La Bonheur, Désespérément. Éditions Pleins Feux)

Volver a la lucidez de este libro es un descanso tras el recorrido, a través de la literatura, por los laberintos creados por el hambre de irrealidad y la vana esperanza del ser humano por ser lo que no es y tener lo que no tiene. En las páginas de este blog hemos sido testigos de la insatisfacción permanente de Madame Bovary, los fantasmas de Goya, los sueños de Léolo, la ambición inalcanzable de Dorian Gray o del Dr Jekyll, los espectros de Don Juan, las dudas y la inacción de Hamlet, la espera insoportable del coronel de García Márquez o la locura de Don Quijote.

Comte Sponville sigue la senda de Epicuro, Montaigne o Spinoza, la de la sabiduría: "la del máximo de felicidad en el máximo de lucidez" (p.18). La felicidad solo puede ser digna si va acompañada de lucidez. "Si el filósofo ha de elegir entre una verdad y una felicidad, es filósofo, o digno de serlo, solamente si elige la verdad. Más vale una verdadera tristeza que una falsa alegría" (p.19). Es la primera condición para no volverse loco: buscar la verdad, ver las cosas como son.

El camino no está en el platonismo, ni la solución en otro lugar que no sea este, ni en desear precisamente aquello que nos falta, ni en luchar por suplir nuestras carencias. Cuando se transita este camino, precisamente, se cae en "las trampas de la esperanza: siendo la esperanza la carencia misma... Woody Allen lo resume con este enunciado: "¡Qué feliz sería si fuese feliz!"(p.34). Frente a la esperanza, Comte-Sponville reivindica el placer y la alegría. "Hay placer, y hay alegría, cuando deseamos lo que tenemos, lo que hacemos, lo que es: hay placer y hay alegría cuando deseamos lo que no nos falta" (p. 38).

Comte-Sponville se preocupa de diferenciar deseo de esperanza. No tiene nada que objetar al deseo, pero sí se manifiesta contra la esperanza, a la que atribuye tres características: esperar es desear sin gozar; esperar es desear sin saber; esperar es desear sin poder. Para ello sigue a Spinoza: "No hay esperanza sin temor, ni temor sin esperanza" (p.51) y a Séneca:"cuando hayas aprendido a desesperar, te enseñaré a querer" (p.50). Según estos filósofos, podemos desear aquello con lo que gozamos (placer), desear lo que sabemos (conocimiento), y desear lo que hacemos (acción). En definitiva, se trata de elegir entre la esperanza o el amor. "La esperanza es un deseo que se refiere a lo irreal; y el amor, un deseo que se refiere a lo real... Sólo esperamos lo que no es; y sólo amamos lo que es" (p.52).

La desesperanza, por tanto, no es sinónimo de abatimiento o depresión, sino ausencia de esperanza, y por tanto también ausencia de temor. Por supuesto, conlleva un trabajo y un esfuerzo, pues es algo parecido a lo que Freud llama el trabajo de duelo. "La esperanza está primero; por lo tanto hay que perderla, y casi siempre es doloroso" (p.54). En cambio, siguiendo a Spinoza, sí confiaremos en el deseo,  porque el deseo no es carencia, sino potencia: "potencia de existir, potencia de actuar, potencia de gozar y de alegrarse" (p.61). Y sobre todo, daremos prioridad al amor, porque es deseo y alegría de hecho. "Lo contrario de esperar es conocer, actuar y amar. Esa es la única felicidad no fallida... Ya no la carencia, sino la potencia; ya no la esperanza, sino la confianza y la valentía; ya no la nostalgia, sino la fidelidad y la gratitud" (p, 67).

Este es por tanto, el programa de acción: frente a la esperanza de lo irreal y la ilusión de lo que no existe, aprender a desear lo que sí depende de nosotros; aprender, actuar y amar en lugar de esperar. La  duda que nos asalta a continuación es: ¿son solo los sabios los que son capaces de seguir este programa? ¿Por qué la humanidad se empeña en lo contrario? Esta mismas preguntas ya nos las hicimos al leer otro libro de Comte-Sponville, De l'autre Côté du Désepoir.



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