Verdú, Vicente. 2003. El Estilo del Mundo. La Vida en el Capitalismo de Ficción. Anagrama.
Ha muerto Vicente Verdú y como homenaje he rescatado y leído este libro que escribió hace 15 años. El análisis de la posmodernidad que en él se hace sigue estando plenamente vigente, es más, se ha acentuado por un fenómeno que aún no habia explosionado en aquél momento: el smartphone y su ubicuidad y omnipresencia. Es el único elemento que no aparece en el análisis, pero todo lo demás no ha perdido ni un ápice de actualidad.
Me ha recordado este libro el de Vicente Serrano La Herida de Spinoza, por su análisis de la posmodernidad y por ofrecer ambos un capítulo dedicado a la ciudad de Las Vegas como ejemplo perfecto de la nueva realidad creada por el mundo capitalista. Ambos libros tienen en común varias referencias bibliográficas, siendo quizás la más notoria la de Jean Baudrillard y su obra en torno a la hiperrealidad, que es el lugar donde la ficción supera a la realidad.
El capitalismo de ficción, frente al capitalismo de producción y al capitalismo de consumo, es la tercera fase del capitalismo que comenzó tras la caída del muro de Berlín. Su principal característica es que pone el énfasis en las sensaciones, las emociones, el bienestar psíquico, y para ello produce una nueva realidad: "una segunda realidad o realidad de ficción con la apariencia de una auténtica naturaleza mejorada, purificada, puerilizada. Esta segunda realidad gestada como un doble es la última presentación del sistema" (p.11). Este doble de la realidad, que no es más que una ilusión, es el mismo doble del que habla Clément Rosset en su obra (filósofo que también aparece en la bibliografía): "para vencer ese fastidio de lo real, nace la oportuna figura del doble, con una doble función: de una parte enaltece lo real con su remedo; de otra, produce una imagen por donde se puede circular sin el penoso obstáculo de lo temporal... De la realidad a secas no crece apenas nada, pero de la realidad doblada, de su recreación, se obtiene un espacio recreativo. El mundo tal como es vale menos que su copia" (p.39).
En esa nueva realidad creada por el capitalismo de ficción todo es posible, todos los deseos, todos los sueños, todas las ilusiones. Es una nueva realidad que nos mima, nos protege, nos sana, nos trata como a un niño; una realidad liviana, como un juego, atemporal, donde se puede ser muchas cosas a la vez, vivir muchas vidas, atesorar todas las experiencias, una realidad fabricada a nuestra medida, individualizada por completo: "un universo, en fin, donde se puede ser destructor y reconstructor bélico al mismo tiempo, criminal y humanitario a la vez, obrero y capitalista, católico y budista, hombre y mujer, Todo ello sin que a nadie le importe si estás vivo o muerto" (p.12). Un universo donde todo es blando, cautivador, infantil, transparente, como el de Disneyland o El Show de Truman: "el capitalismo de ficción trata con la realidad para desprenderla de la peste de lo real, compone --como se dice en la tele-- una "realidad formateada", una realidad controlada y chic, desprovista del olor de la edad, libre del pringue histórico" (p.33).
En eso se están convirtiendo nuestras ciudades: "La misma urbe se ha convertido en objeto "encantado", versión soñada de sí misma que transporta hacia una segunda y encarecida realidad. Ciudades enteras que se autoexaltan en forma de parques temáticos" (p.40)... Los espacios donde compramos, a donde viajamos, donde vivimos van camino de convertirse en un teatro donde somos ya actores y espectadores, clientes y artistas". Todo es diversión, show, espectáculo. (No puedo evitar recordar el momento en el que presencié este verano la iluminación de la Torre Eiffel desde Trocadero, momento en el cual llegaron decenas de autobuses que vomitaron cientos de turistas que enloquecidamente se hicieron miles de selfies del momento, para, segundos después volver a montarse en los autobuses camino de la siguiente parte del show).
El capitalismo de ficción se encarga de alimentarnos continuamente con estas "ficciones realísticas que traducen el mundo real en otra realidad, aunque de orden más leve" (p.61), como por ejemplo el fútbol y el deporte en general, los museos, el arte, la moda, los robots, las marcas, el sexo, la pornografía, la cosmética, las copias y falsificaciones de todo: "lo singular, lo original (el pecado original) nos mata, pero la copia, la clonación, la especulación elude la ruina. La copia no crea nada distinto y en vez de hacer crecer una nueva realidad tiende a convertir la realidad preexistente en una flotante vibración" (p.90). Incluso se crea una copia falsa de la democracia, que Verdú denomina "democracias pirata": "el destrozo de la democracia real y su reemplazo por copias falsas, versiones simuladas dentro del sistema general de la ficción" (p.98).
La televisión se encarga de darnos noticias que inmediatamente son seguidas por spots publicitarios; presenciamos imágenes de una catástrofe que son seguidas, sin solución de continuidad, por anuncios que nos recuerdan nuestros deseos y derecho a la felicidad. De esta forma, nada llega a tener sentido, y nos movemos en una realidad ficticia en la que ya nos sabemos qué es real y qué no lo es: "La vida resultará así "un cuento contado por un idiota... y que no significa nada", la noticia nunca nos atará hasta amargarnos, la visión de la hecatombe no cambiará el punto de vista, el relato de la miseria no alcanzará a sublevarnos por que, en realidad, no son nada. O bien, para ser justos: son distracción, programación" (p. 115).
El capítulo dedicado a las marcas recuerda a Sapiens, de Yuval Harari, cuando analiza el poder simbólico de las corporaciones (el capítulo dedicado a The Legend of Peugeot. p.28). Las marcas y las corporaciones son los pilares (ficticios) de la nueva realidad (imaginada) que nos aportan seguridad, paz, valores, confianza, auto-estima: "El contagio indiscriminado es posible porque la marca se comporta como un soplo espiritual. Su condición intangible posee un poder simbólico que se insufla aquí y allá como un espíritu santo del capitalismo capaz de convertir los productos en ideologías, de manera que relacionarse con unas determinadas marcas es optar por una ilusión de la vida" (p.125)... Las marcas pueblan la tierra como venidas del cielo para contrarrestar los tediosos males de este mundo. La marca es nuestra oportunidad de exaltación y hasta de afirmación moral; ella aspira a ser un trozo de nuestra felicidad, viene a querernos y a ser querida, a condensarse en una lovemark" (p.128)
En esta nueva realidad de ficción no ser feliz es el el peor de los fracasos. Cuando Verdú escribió el libro aún no estaban los móviles y las redes sociales en plena efervescencia, pero a pesar de ello escribió: "Nunca como hoy se había vivido una maquinaria envolvente tan empeñada en mostrar una felicidad al alcance de nuestras manos. No ser feliz en este mundo es hoy el auténtico pecado o, como decía Borges, "un error sin excusa". Antes éramos perdonados gracias a haber sufrido, pero ahora es injustificable o imperdonable no pasarlo bien" (p.208). Esta obligación ha sido llevada al paroxismo por los selfies y las redes sociales como Facebook o Instagam, los mayores escaparates de felicidad ilusa y feria de las vanidades de la historia.
Porque todo, absolutamente todo, todo lo lúdico y lo revolucionario, lo reivindicativo y lo juvenil, el feminismo, la liberación sexual y la elección de sexo, el animalismo, el ecologismo, el reciclaje, el deporte de riesgo, el viaje de aventura, los videojuegos, los macro-conciertos, los maratones solidarios y filántropos, hasta las manifestaciones anti-globalización...todo lo que parece anti-sistema es acogido, abrazado, comprendido, incluso potenciado por éste; todo lo que nos crea la ilusión de rebeldía y libertad, siempre y cuando estemos entretenidos y sigamos consumiendo. Incluso cuando creemos que estamos construyendo nuestra propia realidad y combatiendo la ficción del capitalismo, estamos nadando en ella. Estamos, como Truman, inmersos en un mundo de ficción.
Verdú también habla de la religión que mejor casa con esta posmodernidad: aquella que preconiza la lasitud y el aporte de paz, por ejemplo la espiritualidad New Age o el budismo: "en todos los casos, la componente más querida de estas espiritualidades es aquella que provoca una circunstancial y sosegante ausencia del yo" (p.217). "La cultura de la intuición, la interrelación corporal difusa, la inundación emocional recíproca, los humus son del orden de la feminidad y en buena medida el budismo, la búsqueda del Oriente serían, dando la vuelta la mundo, un rescate del lado femenino" (p.219).
¿Quién se resiste a esta nueva realidad creada por el capitalismo de ficción? Por fin, ha llegado un sistema que le pide a sus seguidores que sigan sus deseos, que persigan su felicidad, que no se planteen otra cosa que la satisfacción de sus ilusiones: "La vida sacralizada pesaba como un muerto, mientras la nueva vida, desprendida de destino, es liviana como un filme. Parece, de hecho, una película. Es, sin duda, más superficial, pero ¿por qué habría de ser más profunda? Parece más falsa, ¿pero quién prefiere "toda la verdad"?" (p.268)
Reseña de El Cultural
Reseña de EL PAIS
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Obituario del EL PAIS
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