(Publicada originalmente en 1933)
La novela El Reino de Este Mundo de Alejo Carpentier tiene como telón de fondo la revolución de los esclavos en Haití, y en general, el terrible tema de la esclavitud, una de las mayores vergüenzas y horrores de la historia de la humanidad, que desgraciadamente sigue teniendo un reflejo y un paralelismo en las actuales condiciones de los refugiados, la inmigración forzada y la trata de seres humanos. La esclavitud es quizás, junto con el holocausto judío, la muestra más cruda de lo peor de la naturaleza humana, un asunto que cuesta trabajo digerir y asimilar ¿Cómo puede el hombre llegar a producir tanto sufrimiento y alcanzar cotas tan altas de crueldad? ¿Cómo puede el hombre, a su vez, sobrevivir a una realidad tan horrenda? Ya nos hemos planteado estas mismas preguntas leyendo el libro Si Esto es un Hombre, viendo el documental Shoah o películas como Capharnaum. Todos son ejemplos de intentos de atrapar la realidad en toda su crudeza.
Alejo Carpentier se refirió a El Negrero como "extraordinaria historia de aventuras verídicas". Esta recomendación del escritor cubano es muy lógica por estar en consonancia con su obra, en la que se alterna la realidad más sórdida con la imaginación y la fantasía más mágicas; la fusión de la infame degradación y sometimiento de los negros africanos con sus costumbres ancestrales envueltas en mitos y leyendas. El Negrero es una biografía novelada, un género que se encuentra a medio camino entre la realidad y la ficción. Cuenta la historia de una persona real, Pedro Blanco Fernández de Trava, el mongo de Gallinas, y de otros negreros de su época, en toda su crudeza y espanto. Se trata de un estudio frío y detallado de la naturaleza humana, de cómo el ser humano puede descender hasta las más profundas simas de inhumanidad e infamia.
Comienza el libro por lo que parece una entretenida novela de piratas, narrada en clave de aventuras de lobos de mar y marineros, valientes y arrojados unos, enloquecidos otros. La vida aventurera en alta mar y en Terranova va poblándose de mitos y visiones alucinadas: "La vida en Terranova sólo tenía cuatro cosas bellas: los amaneceres, a veces con sus auroras boreales; las masas de hielos, arrastrados por la corriente del golfo; la sinfonía de los silbatos de niebla que formaban los pesqueros, y las noches en torno a la hoguera, en el campamento... Un día vio bajar un témpano donde bailaban negras desnudas, que al llegar al gran banco, se transformaron en palomas blancas, que volaron al cielo. Otro era un barco de marfil que bajaba del norte con velas rojas, tripulado por mujeres azules, también desnudas, armadas con astas de renos" (p. 58)
Poco a poco las vicisitudes de la dureza de la vida en el mar y la compañía de los piratas van fraguando la personalidad de Pedro Blanco, convirtiéndolo en un alma fría desprovista de toda compasión, atroz en la persecución de sus objetivos, comerciante sin escrúpulos. La tercera parte del libro es la más interesante, por ser aquella en la que se narra la forma en la que Pedro Blanco construye su factoría, describiendo con minuciosos detalles (fruto de una profunda investigación, sin duda), las artimañas utilizadas para capturar negros como si fueran animales y ponerlos posteriormente a la venta, alimentando el odio y las rencillas entre las tribus para que sean ellas mismas las que hagan el trabajo sucio de recolecta y caza: "A África se la podía conquistar por medio de los sentidos, el miedo o la religión" (p. 213).
Al leer el libro recordamos otros grandes intentos de la literatura por acercarse al alma de los hombres blancos que se sumergieron en la realidad de África en la época de la esclavitud o el colonialismo, como Heart of Darkness de Conrad o El Sueño del Celta de Vargas Llosa. Al terminar de leer la novela solo es posible un comentario final como el de Conrad: "el horror, el horror". El horror de la realidad más incomprensible y degradada, el infierno en la Tierra. Ese infierno que Pedro ya vislumbró siendo niño, cuando iba a misa los domingos, y el cura intentaba explicarle cómo eran el cielo y el infierno: "Pedro le preguntaba entonces qué hacían aquellos santos en el cielo, y el cura le iba explicando toda la política celeste del limbo, el purgatorio y el infierno. Le pintaba el infierno con las tintas más horribles, pero el cura no tenía tintas con qué pintar el cielo que compensaran las del infierno. El cielo era inefable, el infierno no. Pedro veía claramente el infierno en su imaginación, pero nunca pudo ver el cielo. Aquello despertó en él un laberinto de sombras y claros que lo hacían estremecerse. Todas las noches, al acostarse, veía bajar, al cerrar los ojos, una catarata de tierras, casas, árboles y gentes; veía ojos sueltos, bocas abiertas, pies con alas, un apocalipsis" (p.19).
Ese infierno que él veía de niño en su imaginación se va haciendo realidad conforme va siendo testigo de los peores momentos de la trata: "Los lamentos salían por las escotillas como de un infierno. Eran gritos fatuos, como si pasaran por los huesos de un cementerio... Los marineros se movían automáticamente, y el barco parecía tripulado por fantasmas. Pedro iba rígido, con los nervios aferrados en sí, como el aparejo... Quedaban otros enfermos, uno grave, en el castillo de proa. El grave deliraba. A veces se levantaba e iba por cubierta con los brazos extendidos, los ojos cerrados, preguntando por la puerta del cielo. Otras había visto a los negros resucitar en el fondo el mar, acarrear blancos en los barcos hundidos de un país a otro del mundo y venderlos como esclavos" (p.191).
Un día, paseando por la enfermería de su factoría, a la Pedro gustaba frecuentar y mirar a los ojos de los enfermos sin decirles palabra, un moribundo le dijo: "Ayer vino a verme el diablo. Me ha contado todo lo que pasará en el mundo desde ahora y cómo se llevará al fin a todo el mundo. Usted y yo tenemos que ser amigos del diablo. El cura quiso arrancármelo una vez del cuerpo con el arpón de una cruz y no lo consiguió. Me agarraron diez hombres , y yo di un salto y lo comprendí. Fue el salto del diablo" (p. 259). El diablo fue al fin y al cabo con quien pactó Pedro Blanco para poder seguir vivo entre una realidad tan miserable y sórdida. Un vida que no tenía más remedio que acabar en locura, pues es imposible sobrevivir a una realidad así.
Reseña (REVISTA DE LIBROS)
Aproximaciones al tema de la esclavitud en Pedro Blanco El Negrero (PDF)
Carlos Bardem publica Mango Blanco, otra novela sobre el mongo de Gallinas
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