González Sainz. J.Á. 2021. La Vida Pequeña. El Arte de la Fuga. Anagrama.
González Sainz reivindica en este ensayo la búsqueda de un lugar donde amar, un lugar donde contemplar y un lugar donde sentir, incluso el dolor. Para ello es necesario aprender a mirar, pararse ante las cosas y reparar en ellas, y en definitiva, asistir a la realidad y asombrarse de todo lo que existe.
Cuando sabemos mirar y apreciar, surge la verdadera alegría. González Sainz es un defensor de esta alegría, la misma que siempre ha valorado Clement Rosset: la alegría que proviene del amor a lo real. En un principio, la realidad puede producir desengaño, desfallecimiento o desgaste. Puede dejarte derrumbado pero hay que quedarse en ella y huir de las ilusiones y del engaño, huir "a donde se está, huir de lo que nos impide estar donde estamos" (p. 57).
Esto es difícil, porque "somos insensibles y parecidos a sombras, sentenció Hölderlin, y nuestra propensión es al engaño" (p. 58). En muchas ocasiones, el ser humano, se refugia en la ensoñación, no quiere ni siquiera rozar la realidad; solo desea soñar a su antojo, viviendo en una abstracción de belleza y justicia.
González Sainz quiere huir justamente hacia el lado contrario:
"Huir -- antirrousseaunianamente -- a lo real, desbrozar las fantasmagorías y la inacabable filfa del barullo de nuestros días para escabullirse a la ligereza del asiento de lo real" (p. 64).
Se trata, pues, de vivir, de vivir con conciencia, deteniéndose, haciendo un pausa para buscar "el fondo duro y rocoso que podamos llamar realidad, la reducción a lo más elemental" (p. 74). Para ello hay que estar en vela, despierto, y buscar la sencillez y la confianza en las horas corrientes de la vida diaria. González Sainz reivindica a Machado y Thoreau. "Solo amanece el día para el que estamos despiertos", decía Thoreau en Walden.
Ese permanecer despierto y esa conciencia lúcida nos ayudará a mantener la calma porque la realidad está siempre cambiando de rumbo, a su antojo.
"Todo es a veces su contrario; la felicidad tuerce en el momento menos pensado hacia la desdicha y los dolores que se nos hacían más insoportables franquean de repente sus lindes hacia un consuelo insospechado" (p. 81) "Lo más paradisíaco se vuelve infernal a renglón seguido" (p.82).
Por ello, es necesario apearse de las Mayúsculas, de triunfo del Espíritu, del reino de la Idea, del Paraíso y la Tierra Prometida. Ya está bien de buscar islas inexistentes.
"El mundo es sus entuertos y sus tropiezos, igual que uno mismo mal que nos pese. O los tomas o los dejas, y sanseacabó. ¿Qué sería uno sin sus entuertos?, ¿qué sería el mundo? No seríamos; ni uno ni otro seríamos nada. Hasta Dios, al hacerse hombre, se apeó de su Mayúscula" (p. 85).
González utiliza muchos verbos para indicar el camino: habitar el instante, templar, ajustar, reducir, sintonizar. Es algo tan difícil y tan sencillo como tener la mente en el lugar y el momento en el que estamos, y no en otro distinto. Liberarse de las ataduras de la Identidad y disfrutar de la alegría. De nuevo, Hölderlin: "la heroicidad que consiste en ser capaces de gustar la alegría" (p. 101). Y para ello, la mejor herramienta es la gratitud. Esa es la manera de preservar la gracia y saber distinguir lo que es bueno y darle valor, de afinar el criterio y el juicio: tener como guías la alegría y la gratitud.
Como Montaigne, nuestra vida ha de transcurrir por un continuo estudio de uno mismo, pues en uno mismo está toda la humanidad. Auscultarse con atención, estudiarse, meditar, asombrarse, sorprenderse, decepcionarse.
González Sainz también acude a Simone Weil, para quien la alegría es la plenitud del sentimiento de lo real. Hablando de Simone Weil, llega el párrafo que con más fuerza he subrayado en el libro:
"Unos y otros, personas y momentos verdaderamente alegres, asientan sus reales en una aceptación de lo que las cosas son en cuanto que son lo que son y ya está. Lo aceptan y se llenan de ello, lo siente plenamente. La plenitud de ese sentimiento --recordemos-- es la alegría. Pero la alegría no acepta solo lo grato real, que eso lo aceptamos todos; hasta en el dolor, en los peores dolores o duelos y penurias, conservan los verdaderamente alegres el sentimiento de lo real, lo aceptan y asumen y encuentran siempre algo que lo hace más llevadero. La alegría hace llevadero o por lo menos más llevadero lo que es difícil de sobrellevar. Acepta lo lleno, y sobre todo, acepta el vacío. Y quien soporta el vacío ama la verdad; ya no tiene miedo... Saben además las personas verdaderamente alegres que en cada momento de realidad, sea cual sea, ya está todo; está tan lleno que su medida ya está colmada. A la alegría no le falta de nada; ya lo tiene todo, por eso irradia, la alegría se irradia" (p. 131)
Desgraciadamente, frente a la realidad preferimos la ilusión y las creencias. En lugar de discernir y fijarnos, creemos, "en lugar de huir de los fantasmas nos refugiamos en ellos, encontramos refugio en la virtualidad a nuestro miedo a lo real" (p. 135). Preferimos vivir en la irrealidad y la retórica, en el espectáculo y la fantasmagoría. Hemos de hacer un esfuerzo por volver a lo bajo, a lo común y a lo cercano, al interior de uno mismo, al silencio. Aminorar el ritmo, bajar el volumen, quitarse las máscaras, adquirir la serenidad de una seta. Esa es la sabiduría: no buscar el Edén, sino habitarlo.
Reseña (MUÑOZ MOLINA)