lunes, 7 de junio de 2021

El Paraíso en la Otra Esquina


 Vargas Llosa, Mario. 2003. El Paraíso en la Otra Esquina. Alfaguara. 

"Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños, hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir que el paraíso perdido está ahí, a la vuelta de todas las esquinas". 

"Jugaban al Paraíso, ese juego que, según tu madre, habías jugado en los jardines de Vaugirard con amiguitas de la vecindad, bajo la mirada risueña de don Mariano. ¿Te acordabas, Florita? "¿Es aquí el Paraíso?" "No, señora en la otra esquina." Y, mientras la niña, de esquina en esquina , preguntaba por el esquivo Paraíso, las demás se divertían cambiando a sus espaldas de lugar... Bueno, qué tenía de raro, ¿no era una aspiración universal llegar al Paraíso? "

La primera cita es de Cortázar, la segunda pertenece a la novela de Vargas Llosa. ¿Es una casualidad que en ambas se hable del Paraíso y de esquinas? En la cita de Cortázar, se nos impele a buscar el paraíso, asegurándonos que lo encontraremos a la vuelta de cualquier esquina. En la cita de Vargas Llosa, la búsqueda no es más que un juego, una ilusión: cada vez que creamos haber encontrado el paraíso, no está ahí, sino en otro lugar, como el final del arco iris. 

Entre ambas citas se encuentra encerrada la tensión entre nuestras ilusiones y sueños y la realidad. Cortázar cree que podemos vencer a la realidad, que podemos doblegarla y hacer que se rinda a nuestros sueños. Vargas Llosa cree que aunque es humano empeñarse en ello, la realidad siempre nos vencerá y cuando creamos haber llegado al paraíso, éste se evaporará como un espejismo. Es una tensión subyacente en la vida de todo ser humano. Cada uno nos encontramos más cerca de uno u otro extremo dependiendo del momento de la vida en el que estemos, más ilusionado o más realista. Las dos citas tienen una idea en común, aunque parezcan contrapuestas: ¿quién no aspira al paraíso? 

La novela de Vargas Llosa vuelve a centrarse en la búsqueda de las utopías, tema que ya aparece en la novela La Guerra del Fin del Mundo o en el ensayo La Llamada de la Tribu. Narra en paralelo la vida de dos personas idealistas, cada una a su manera, que lo dejan todo en pos de su búsqueda personal del Paraíso: Flora Tristán, luchadora por los derechos de la mujer y los obreros, y Paul Gauguin, que abandona su vida burguesa por la pintura y el paraíso que cree existe en la Polinesia. 

Escrita con una perfeccionada técnica que alterna la tercera persona con la segunda, en aquellos casos en los que entramos en las mentes de los protagonistas para hacernos partícipes de sus diálogos interiores consigo mismos, la novela es un impresionante estudio de la psicología de sus personajes y de las razones y emociones que les llevaron a emprender, cada uno a su manera, una búsqueda a muerte del paraíso. 

El Paraíso de Paul Gauguin: 

"Su cabeza ya no parecía discriminar entre fantasía y realidad...decía que allá, el pueblo maorí seguía siendo el de antes, el orgulloso, libre, bárbaro, pujante pueblo primitivo en comunión con la naturaleza y con sus dioses, viviendo todavía la inocencia de la desnudez, del paganismo, de la fiesta y la música, de los ritos sagrados, del arte comunicativo de los tatuajes, del sexo colectivo y ritual y el canibalismo regenerador... llevaba un cuarto de siglo siguiendo el rastro de ese mundo paradisíaco sin encontrarlo. Lo había buscado en la Bretaña tradicionalista y católica... tampoco lo encontró en Panamá, ni en la Martinica, ni aquí, en Tahití..." (pp.208-209)

El Paraíso de Flora Tristán: 

"Lo que más irritaba a Flora era la estupefacción recelosa, a veces la abierta hostilidad, con que la escuchaban hablar contra el dinero, decir que con la revolución desaparecería el comercio y hombres y mujeres trabajarían, como en las comunidades cristianas primitivas, no por acicate material, sino por altruismo, para satisfacer las necesidades propias y ajenas. Y que en ese mundo futuro todos llevarían una vida austera, sin esclavos blancos ni negros. Y ningún hombre tendría queridas ni sería bígamo ni polígamo, como tantos marselleses" (p. 222). 

Ambos se empeñaron, como fieles discípulos de Cortázar, en hacer realidad sus ilusiones, y estuvieron a punto de hacerlo, pero el paraíso siempre estaba en la otra esquina, nunca en la que creían que se encontraba. ¿No es posible que el paraíso no esté jamás escondido detrás de una esquina, sino aquí mismo, en el centro de nosotros mismos, pero no sepamos verlo?

Estudio de Luis Quintana Tejera




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